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columna

Catilinaria de Fernando Vallejo contra Santos

por: Eduardo Mackenzie- 31 de Diciembre 1969

Como millones de colombianos, el escritor Fernando Vallejo se pronunció, en buena hora, contra la reelección de Juan Manuel Santos. Lo hizo a su manera, en un discurso vehemente, salpicado de injurias, un poco indigesto, pero sincero.

Como millones de colombianos, el escritor Fernando Vallejo  se pronunció, en buena hora, contra la reelección de Juan Manuel Santos. Lo hizo a su manera, en un discurso vehemente, salpicado de injurias, un poco indigesto, pero sincero.  El falso proceso de paz de La Habana, las criminales Farc y sus supuestos “ideales” políticos, y sus pretensiones abusivas de llegar al Congreso a espaldas del voto de los ciudadanos, le desatan una especie de justa erisipela al escritor, quien no tiene inconveniente en decirlo de manera directa: “¿Matar, violar, secuestrar, extorsionar, volar torres eléctricas y oleoductos, reclutar niños, sembrar minas quiebrapatas, a eso [Santos] llama ideales? ¿Y sentados en el Congreso? ¿En la Cueva de Alí Babá junto con los hampones que allá tenemos? Ah, eso sí me gusta, se me hace muy inteligente: para enmermelarlos a todos juntos y salir de todos de una vez”, ironizó el autor deChapolas negras.

El largo texto que el escritor antioqueño leyó el pasado 2 de mayo en la Feria del Libro de Bogotá estaba calculado para crear un efecto magnético.  Lo logró, sin duda. Pues resultó ser una “perorata”, como él dice,  de índole política --el momento electoral obliga, dirá Vallejo--, cuando los conocedores de su obra y de sus gestos esperaban la habitual alocución incendiaria y visceral sobre literatura y religión, temas que han hecho de Vallejo el comecuras más elogiado y detestado del país. Fernando Vallejo lleva años tratando de posicionarse, con éxito relativo, como el descreído y blasfemador por excelencia, como el heredero leal de tres otros niños terribles de las letras colombianas: Vargas Vila, Fernando González y Gonzalo Arango.

Esta vez su discurso fue asombroso pues el esforzado iconoclasta dejó de serlo por unos minutos. Su inesperada y reiterada defensa del expresidente Álvaro Uribe, entreverada, claro está, en sintagmas ofensivos y hasta cursis, pero de sentido indiscutible, fue una saludable excepción a esa regla. En medio de una tirada enfática, Vallejo admitió que Álvaro  Uribe Vélez “es el más grande presidente de la historia de Colombia”. Luego de reiterar y confirmar lo que todo el mundo dice sobre la traición de Santos al programa uribista, Fernando Vallejo aludió incluso al reciente fraude electoral que tan poco preocupó a la prensa bienpensante y le soltó una exigencia al mandatario de turno: “Y me le devolvés [a Uribe] los votos que le robaron en las pasadas elecciones para Congreso. Un montón. Más de cien.”

El resumen que hizo Fernando Vallejo del itinerario personal que el presidente  Santos imagina para sus próximos años, es casi perfecto: “Todo lo negociás, todo lo vendés, todo lo comprás, todo lo enredás, todo lo enmermelás. Lo único que tenés claro es que querés seguir montado en el caballito trotón otros cuatro años, que llegado el caso convertirás en ocho, y ocho más ocho dieciséis. Todo lo vendés en paquete, parecés paisa”.

Habría que deplorar que toda esa retórica reconfortante y bien intencionada del novelista libertario termine por estrellarse contra un muro absurdo: el del voto en blanco. Pues Fernando Vallejo, luego de mostrarnos su visión excesiva del destino de Colombia y de los fracasos de muchos de nuestros gobernantes, termina por proponer una  salida sin salida, una perspectiva ingenua, cuando no falsa –a menos de que se trate simplemente de una nueva y disfrazada forma de humor negro-- que le hace el juego a lo establecido, a los conformismos y cobardías sociales y, sobre todo, a los personajes políticos que él critica con tanto empeño.

Pues  el voto en blanco es eso, una propuesta elaborada para desviar la cólera de los ciudadanos, para que envíen sus votos hacia un limbo donde su carga decisoria es anulada, haciendo que ese poder legítimo e indispensable del hombre de la calle caiga no sobre los causantes de su enojo y de sus sufrimientos, sino en un espacio inmaterial y estéril. Vallejo estima, al final de su discurso, que ha llegado la hora de crear un nuevo partido, “el Partido Colombiano del Voto en Blanco”. La idea es lamentable, francamente, y no es nueva. Es una variante más de la astuta propuesta izquierdista de la abstención electoral que tanto daño le ha hecho a nuestra maltrecha democracia. ¿Qué le pasó a la conocida perspicacia y sensibilidad del autor de El río del tiempo?

Fernando Vallejo anula así mucho de lo que dice pues su partido es el voto en blanco. No está él ni con el santismo ni con Zuluaga, pero elogia a Uribe. Sus admiradores dirán, con razón, que es la postura de un intelectual y no la de un avezado político. No obstante, su nuevo discurso, que estaría anunciando, en el mejor de los casos, un apaciguamiento en  su  propensión nihilista, interesa sobre todo por su vertical posición anti Santos y anti Farc. Su desencanto ante la pirotecnia mentirosa del poder actual es lo más rescatable y lo más noble de ese farragoso discurso. Hasta hoy el célebre escritor nos ha dicho que no cree en nadie, ni en el mismo (“he probado el gusto de todas las vilezas”). Es posible que otro Fernando Vallejo haya salido de la Feria del Libro.