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columna

Cartas al Niño Dios

por: José Félix Lafaurie Rivera- 31 de Diciembre 1969

Soy de esos tiempos perdidos de la absoluta ingenuidad infantil, en los que se escribían cartas al Niño Dios o se le mandaban razones con la mamá para que, el 25 en la mañana, pudiéramos buscar bajo la cama la respuesta a nuestras peticiones.

Mucho me temo que los play station y las tabletas con juegos electrónicos ya no se piden por ese conducto.

Pero el espíritu de Navidad -y también de Año Nuevo-, está lleno de ese ejercicio infantil de pedir y esperar recibir, aunque pidamos con el deseo y no siempre esos deseos pueden ser atendidos. No en vano, uno de esos bailables de fin de año nos recuerda con crudeza que, frente a la Navidad que viene, “unos van alegres y otros van llorando”. Es un doble sentimiento que me rodea cuando imagino la tarea de escribir una carta al Niño Dios para Colombia.

¿Qué le pediría? Que haya paz, por supuesto. Es el gran anhelo de los colombianos, aunque es muy diferente que se alcance un estado de verdadera paz, a que se firmen unos acuerdos para que las Farc abandonen la violencia y el terrorismo. Además, ese no es realmente un regalo, pues lo estamos comprando nosotros mismos, y a un precio elevado. Y no me refiero a los llamados sapos, sino al precio efectivo, pues ni la reparación directa a las víctimas, más allá de los actos de perdón -que son gratis-, correrá por cuenta de las Farc, que dicen no tener plata, sino que deberá salir del Presupuesto, es decir, de nuestros bolsillos. Ni que decir de la reconstrucción del campo y demás compromisos de las negociaciones de La Habana.

Deberíamos pedir, entonces, una situación económica boyante para construir esa nueva Colombia en paz. Que haya empleo y salario digno para los que “van llorando”, o cuando menos, que no suban los precios y se traguen sus magros ingresos sin remedio. Que haya más empresas produciendo y exportando muchas más cosas fuera de petróleo y carbón, para poder pagar las costosas importaciones de maquinaria e insumos para la producción industrial y rural. Que un campo recuperado, con vías transitables y productores apoyados por el Estado, pueda garantizar la seguridad alimentaria con menor dependencia de las importaciones.

Que el petróleo vuelva a subir y el dólar a bajar, es algo que pide a gritos medio mundo. Que el Gobierno no se endeudemás de la cuenta para costear el “posconflicto”, que tampoco nos cargue la mano con más impuestos ni suba los intereses que todo lo encarecen. Bueno sería, más bien, que los recursos se utilizarán con pulcritud, y que el Niño Dios nos libre de Interbolsas, Nules, funcionarios venales y ladrones de la salud y la alimentación de los niños pobres. Una Colombia sin corrupción es tan urgente como una sin Farc y sin bacrim. ¡Ese sí que sería un buen regalo!

Y otro: Colombia sin coca. Habíamos dejado de ser el principal productor del mundo, pero no hicimos la tarea -dejamos de fumigar-, perdimos el año y nos quitaron ese regalo. Solución a la crisis de la salud; que la inseguridad ciudadana no mate más colombianos que el terrorismo, que las ciudades sean vivibles y el campo un proyecto de vida. Larga lista. Son cartas al Niño Dios que escribimos con el deseo, pues sabemos que “el palo no está para cucharas” y que tocará seguir “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Nota bene. Paz en todos los hogares colombianos. Es un buen comienzo y mi pedido personal al Niño Dios.