Aplaudo la posición del presidente Duque. La elección de contralor ha dependido en gran parte del “guiño presidencial”, una especie de “banderazo” para que los políticos negociaran sus intereses; el prefacio de la corrupción. Los que esperaban el guiño se quedaron, como dicen las señoras, “con los crespos hechos”, y el presidente dio una lección moral de independencia sin precedentes. Palabras más, palabras menos, le dijo al país: Yo no me meto. El ciudadano Duque podía preferir al candidato de su partido, pero al presidente Duque le es indiferente, como debe ser, como siempre debió haber sido, porque no es ético que el vigilado incida en la elección de su vigilante. Su propuesta triunfadora giró alrededor de esa independencia moral, porque el país está harto de la corrupción política, de la repartija del Estado que nos han vendido como necesaria para “la gobernabilidad”. Una entidad para fulano, un contrato para mengano y un ministerio para perencejo, como cuota extorsiva para que la agenda legislativa fluya y el presidente pueda “gobernar”. Duque empezó bien con la designación de un gabinete técnico y representativo de las regiones, que no de los caciques regionales. Siguió bien al marginarse de la elección de contralor, y lo hará mejor si no cede a la presión y le gana el pulso a la clase política. Le oí decir a una ministra que si lo que se pretende es bloquear la agenda legislativa, el presidente gobernaría con el marco normativo existente. Al final, lo que sobra en este país son leyes. La aprobación del presupuesto será otra prueba de fuego, pues siempre ha sido, precisamente, un gran mercado del trueque de apoyos por mermelada, con amplia oferta de “cupos indicativos”. Si en esta ocasión el presidente no cede, así le toque apelar a la dictadura fiscal, el país aplaudirá. Al nuevo contralor le deseo éxito en su inmensa responsabilidad. Ocho años de corrupción y mermelada lograron romper la indiferencia de los colombianos, y el contralor no puede desoír ese clamor, así haya sido elegido con los votos de la Unidad Nacional, los mismos que participaron en la reprochable repartija de puestos y contratos. El Centro Democrático, donde tengo y seguiré teniendo grandes amigos, es un organismo vivo que aprenderá de sus experiencias, pero no obró bien en ese proceso, porque la política se debe hacer con tono moral, con coherencia, y no le mostró eso al país con el abrupto cambio entre la votación interna que me apoyo mayoritariamente ¡en dos ocasiones!, y la posición asumida horas después en las urnas del Congreso. Aun así, yo no he estado en el partido desde sus inicios por figuración o por el orgullo vano del poder. Lo mío es militancia ideológica, porque comulgo con sus causas y sus valores son los míos. Y mientras el Centro Democrático siga encarnando esas causas en las que creo profundamente, allí estaré…, y capítulo cerrado.