El 2 de octubre será recordado como el cumpleaños de un asalto a la democracia desde la democracia misma, en cabeza de un gobierno “legítimo” que ese día perdió la poca legitimidad que le dejó su ilegítima reelección.
El 2 de octubre de 2016 será recordado como el día en que el pueblo habló en las urnas, pero fue silenciado por la peor de las violencias, la que se ejerce desde el poder que ese mismo pueblo otorgó en esas mismas urnas de la democracia, asaltada en su esencia.
Cuando Santos se terció la banda presidencial en 2010, tenía claro que iba a negociar con las Farc, que iba a “tramar” al país con “la paz” y que se iba a desdecir de las posiciones que defendió públicamente como ministro de Defensa, sobre todo que el país no enfrentaba una amenaza narcoterrorista, sino un “conflicto interno”.
Tenía claro que iba a traicionar a los votantes que lo eligieron, e incluso a gran parte de los que no lo eligieron. No olvidemos que el país venía de las marchas multitudinarias de rechazo a las Farc en febrero de 2008. Y los iba a traicionar, no por negociar, sino por el alcance de esas negociaciones, entre ¡iguales!, que no buscaban la reinserción al Estado de Derecho, sino su transformación en la mesa a partir de sus exigencias, legitimando, entre otras cosas, su vorágine de medio siglo de violencia con la impunidad de una justicia a la medida.
Cuando se la terció por segunda vez, no solo volvió a mentirle al país, pues hacía rato se había declarado enemigo de la reelección –después de la suya, claro–, sino que la “mermelada” no resultó suficiente y tuvo que acudir a la trampa mezquina del hacker para sacar del camino a Óscar Iván Zuluaga, que lo había aventajado en primera vuelta. Todo se justificaba para el fin noble de “la paz”, para el que Santos era “indispensable”. Nunca pensaría Maquiavelo tener tan aplicado alumno de sus enseñanzas.
A poco andar de su primer periodo iniciaron las conversaciones “secretas”, que lo siguieron siendo, no porque se supiera o no de ellas, sino porque se adelantaron a espaldas del país y sin ningún tipo de participación ciudadana, aparte del show mediático para legitimar la Reforma Rural Integral, que desencadenó la persecución a FEDEGÁN, y de otros “espectáculos” que instrumentaron a algunas víctimas ingenuas en favor del Acuerdo.
El plebiscito del 2 de octubre de 2016, que Santos convocó en un exceso de arrogancia, le fue adverso y, como era algo que no podía suceder, abrió un espacio dizque para buscar un consenso con los partidarios del NO triunfador, que fueron nuevamente traicionados con la introducción de cambios “cosméticos”, sin que se tocaran los temas innegociables para las Farc, comenzando por la impunidad total. Luego vendría la vergonzosa bendición de la Corte Constitucional, que selló la consumación del asalto a la democracia.
Cuatro años después, el centrosantismo y la izquierda, incluidos los nuevos parlamentarios, no elegidos sino impuestos por el Acuerdo –otro asalto a la democracia–, patalean ante un gobierno generoso que brega por cumplirlo en lo cumplible, mientras la negada amenaza narcoterrorista persiste, el campo está inundado de coca, las ciudades de la protesta permanente con que amenazó Petro, la paz estable y duradera nunca llegó y, en su reemplazo, nace una nueva Marquetalia liderada por el exjefe negociador, uniformada y armada en el vecindario, para apoyar a un nuevo sátrapa disfrazado de demócrata, mientras el país distrae la pandemia embobado con viejas telenovelas.
@jflafaurie