La lactosa es el principal azúcar (o carbohidrato) de origen natural que hay en la leche y los productos lácteos. La lactosa está formada por glucosa y galactosa, dos azúcares simples que el cuerpo utiliza directamente como fuente de energía. La enzima lactasa descompone la lactosa en glucosa y galactosa.
La leche materna contiene 7,2 % de lactosa, (la leche de vaca, solo 4,7 %), que aporta al niño hasta el 50 % de la energía que necesita (la leche de vaca, aporta hasta el 30 % de la energía necesaria). Aunque la glucosa se puede encontrar en varios tipos de alimentos, la lactosa es la única fuente de galactosa.
La galactosa desempeña varias funciones biológicas y participa en los procesos inmunitarios y neuronales. La galactosa forma parte de varias macromoléculas (cerebrósidos, gangliósidos y mucoproteínas), que son constituyentes importantes de la membrana de las células nerviosas. La galactosa también es un componente de las moléculas que hay en los glóbulos sanguíneos que determinan los grupos sanguíneos ABO.
Según los últimos estudios, la lactosa podría influir en la absorción del calcio y otros minerales, como cobre y zinc, sobre todo durante la etapa de lactancia. Además, si no se digiere en el intestino delgado, la microbiota o flora intestinal —población de microorganismos que vive en el tubo digestivo— puede utilizar la lactosa como nutriente (prebiótico). La lactosa y otros azúcares de la leche también favorecen el crecimiento de bifidobacterias en el intestino y pueden contribuir a frenar a lo largo de la vida el deterioro de ciertas funciones inmunitarias asociado con el envejecimiento.
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