Las vacas solo son responsables del 5 % de las emisiones; el resto es cosa nuestra.
Seguro que alguna vez has escuchado que la mayor parte del efecto invernadero es debido a las flatulencias de las vacas. ¿Esta afirmación es real o es un mito? ¿Hasta qué punto están poniendo en peligro la vida en nuestro planeta?
El metano es un gas de efecto invernadero que se genera en multitud de procesos naturales y artificiales. El más conocido posiblemente sea el que se produce en el interior del aparato digestivo de los rumiantes (vacas, búfalos, ovejas y cabras), cuando los microbios que se encuentran en su interior fermentan el alimento que consumen. Este proceso, conocido como fermentación entérica, produce el metano que las vacas eliminarán posteriormente. En contra de la creencia popular, este gas no es expulsado mediante flatulencias sino que pasa al sistema respiratorio y es eliminado por medio de exhalaciones.
La peligrosidad de este metano vacuno radica en dos pilares principales: el primero es que es un gas de efecto invernadero muy potente. Grosso modo, un kilogramo de metano liberado a la atmósfera tiene el mismo potencial de calentamiento que 25 kilogramos de CO2 (el enlace abre un pdf). Aunque su vida media y su abundancia es inferior a la del CO2, es un gas que preocupa a la comunidad científica porque existen enormes depósitos almacenados en el fondo de los océanos y en el permafrost (la capa de suelo permanentemente congelado en las regiones muy frías del planeta). El aumento de la temperatura del mar y la fusión de parte del permafrost podría liberar a la atmósfera enormes cantidades de metano que dispararían el efecto invernadero.
La segunda tiene que ver con el número de vacas: los rumiantes surgieron hace millones de años y nunca fueron un problema para el medio ambiente, pero hoy en día hemos aumentado la población bovina hasta los 1.500 millones de ejemplares para satisfacer nuestra demanda de leche, carne, queso, etcétera. Una vaca expulsa unos 200 gramos de metano al día y eso equivale a 5 kilogramos en unidades de CO2. Esto supone que, según datos de la FAO, cada año todas las vacas del planeta liberan a la atmósfera 100 millones de toneladas de metano que tienen el mismo efecto que 2 500 millones de toneladas de CO2. A esto hay que sumarle otros 2.500 millones (en unidades de CO2) asociados a la construcción y mantenimiento de las granjas, al transporte de los animales, al empleo de abonos para forraje, etc.
Esta cantidad astronómica difícil de imaginar resulta ridícula si la comparamos con los 50 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero (en unidades de CO2) que se liberan cada año según cálculos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC). La contribución de la ganadería bovina al calentamiento global es del orden del 10 %, y solo la mitad es achacable a los estómagos de las vacas. Las pobres sólo tienen la culpa del 5 %.
En la medida en que disminuyamos nuestra producción y consumo reduciremos la emisión de metano. No se trata de imponer un veganismo estricto (opción que podría empeorar el problema porque el sector agrícola contribuye con un 25 % al total de las emisiones), sino de realizar un consumo responsable: empleamos miles de litros de agua, modificamos el uso del suelo, abonamos ingentes cantidades de terreno para forraje (generando N2O, óxido de nitrógeno, otro potente gas de efecto invernadero), gastamos enormes cantidades de combustible en el transporte, forramos la carne con plástico y papel que irán a la basura… y culpamos a las vacas. No es la vaca, sino todo el entramado que hemos construido alrededor de ella.
La FAO señala que una gestión y consumos responsables nos ahorrarían más de 1 700 millones de toneladas de CO2 equivalente.
El metano es muy inflamable. ¿Y si pudiéramos capturar todo el que libera una vaca en un año y usarlo como fuente de energía? Gemma Elwin Harris se plantea esta cuestión en su libro Big Questions From Little People y llega a la conclusión de que si construyéramos un cohete que funcionara con ese metano seríamos capaces de propulsar la vaca hasta cinco kilómetros de altura.
Texto original en el siguiente enlace.