Como lo hemos comentado en las anteriores entradas de este blog, el sacrificio de un toro bravo hace parte de un culto que busca honrar al dios sol representado por las comunidades a través del toro, en el cual se practicaban ejercicios taurinos con el fin de recibir los poderes de purificación y fecundación. Pero, ¿cómo se dio inicio a las corridas de toros que vemos hoy en día como la máxima expresión contemporánea de dicho culto religioso? Bueno, intentar responder a esta pregunta de forma resumida sería irrespetuoso hasta con la misma fiesta, pero haremos el mejor esfuerzo.
Si bien es cierto que se especula que la práctica del culto al toro pudo existir 6000 años A.C., solo desde el año 1135 D.C. se registran documentos referentes a la realización de festejos taurinos, a través de una función real en Varea, Logroño, en la coronación de Alfonso VII EMPERADOR, lo que indica que la fiesta ya existía.
La Función Real era solo para caballeros, ellos alanceaban toros sin normas, era la diversión de la nobleza, pero el pueblo empezó a tomar partido y a entusiasmarse. Ya con algunas normas, ayudaban al caballero; los pajes hacían los quites a cuerpo limpio, ellos fueron los primeros peones de brega (subalternos) y consiguieron distinciones. Cuenta la leyenda además que Rodrigo Díaz de Vivar, El “Cid Campeador”, alanceaba toros; El Moro Azul también, el cual fue pintado por Francisco de Goya.
Ahora bien, cabe destacar que el término festivo de “Festejo Taurino” se introdujo con la participación completa del pueblo como actor principal del culto religioso, cuando dejó de lado su posición de espectador en la historia y tomó como suya la realización de un culto que hasta entonces tenía como actor principal a los nobles de la clase burguesa, los cuales realizaban los ejercicios taurinos montados a caballo.
Pero ¿cómo el pueblo pasó a ser actor principal?, pues bien, existen dos respuestas que lo explican. Una de ellas habla de la intervención que realizó un peón a un jinete burgués al quitarse este la capa que llevaba puesta cuando vio que el toro estaba a punto de coger con sus astas a su patrono, la otra, cuenta de la prohibición de torear a caballo que en 1723 impuso Felipe V a sus cortesanos, lo cual acarreó que personas que se hacían llamar matatoros empezaran a torear por su cuenta en las ciudades más importantes de España, desatando el entusiasmo del gran público.
Lo interesante aquí es que cualquiera que sea la respuesta nos demuestra que más allá del camino que tomó el pueblo para ser partícipe de forma directa, ambas dan origen al toreo de a pie y más aún, ven como los de su misma clase pasan a ser los “aclamados” como protagonistas de la celebración, elevando su sentido de pertenencia y dándole vida a un culto netamente religioso que ha perdurado con el pasar de los años.
Al ser el pueblo entonces quien tiró del carro de la fiesta brava, se dio inicio a lo que conocemos hoy en día como las corridas de toros (claro está que desde su nacimiento hasta nuestros días ha existido un proceso evolutivo que explicaremos oportunamente en otra entrada de este blog), las cuales involucraron una serie de actividades económicas alrededor del culto como tal, logrando un impacto socio-económico en las comunidades que ayudó durante años y quizás sea esta la razón por la cual en nuestros días se conozca la fiesta como un negocio y no como un culto religioso.