El sistema silvopastoril intensivo busca que México aproveche mejor el territorio y reduzca la producción de metano y óxido nitroso.
Con un modelo llamado “sistema silvopastoril intensivo”, expertos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) buscan una alternativa de ganadería sostenible, en donde además de cuidar los suelos al sembrar especies nativas, el forraje es más nutritivo, por lo que aumenta la producción de carne y leche.
Con este sistema se aprovecha el espacio, pues los animales pastorean en zonas intensivas cercadas, donde conviven con arbustos y árboles. Además, hay rotación en el pastoreo y se utiliza la biomasa que se genera a través de las especies sembradas.
De acuerdo con Rocío Santos Gally, catedrática adscrita al Instituto de Ecología (IE) de la universidad, la diferencia con el sistema silvopastoril tradicional (extensivo), es que en el intensivo se utilizan altas densidades de especies asociadas con los pastos, que son de alta calidad y aumentan la cantidad de proteína de 10 a 28 %.
“Con el cercado se pretende que los animales permanezcan el menor tiempo posible dentro de los potreros: entran, comen y luego pasan al siguiente potrero para dejar que el primero se recupere. El pastoreo es rotativo y eso beneficia a plantas y animales”, aseguró en entrevista para la UNAM.
Otra ventaja es que el excremento es más homogéneo y entra a un reciclaje más rápido; si se deja descansar el potrero, intervienen escarabajos coprófagos que procesan las excretas.
Este modelo integral propone cambiar las especies forrajeras dependiendo del entorno, que puede ser trópico o montaña. “Hay gran variedad, son plantas nativas de México, de América Central o Sudamérica”, remarcó la universitaria.
La inclusión de árboles es necesaria para el bienestar y salud animal, pues al regular la temperatura se evita el estrés calórico. “El calor hace que las vacas pierdan el apetito y afecta su tasa de crecimiento y la producción de leche”.
Otra innovación de este proyecto es la incorporación de islas de vegetación. En parcelas dentro del potrero se siembran árboles nativos (maderables, frutales y forrajeros) que funcionan como corredores biológicos (conectan los fragmentos de selva) y como puentes para aves e insectos polinizadores.
Las islas de vegetación y plantas forrajeras propician servicios ecosistémicos como la fijación de carbono y la retención de agua y nutrientes en el suelo para el buen crecimiento de pastos. Asimismo, el cambio de dieta modifica los procesos digestivos de las vacas, lo que reduce la cantidad de metano y óxido nitroso, así como su contribución al calentamiento global.
Además de proteína, estos forrajes tienen nutrientes como fósforo, calcio y nitrógeno, que alimentan tanto a los animales como al suelo.
Este sistema, que nació en Cuba, ha sido bien aceptado por los productores y ya se ha puesto en marcha en Venezuela y Colombia. En México, la UNAM y la Fundación Produce Michoacán lo implementan en cinco ranchos de la zona de Los Tuxtlas, en Veracruz.
La implantación de estos sistemas podría traer grandes beneficios a México, en donde la ganadería tropical extensiva tiene rendimiento de “medio a bajo”, al tener una cabeza por hectárea. Con estos sistemas se pueden tener cuatro vacas en el mismo espacio.
Como el país no tiene grandes planicies como Estados Unidos sino sitios que “no son zonas con vocación ganadera (hay pendientes por arriba de 45 grados), éstas se pueden aprovechar con árboles para la fijación de nitrógeno. En el Valle de México, que es una de las principales zonas productoras de leche de la nación, se podrían “intensificar terrenos” en Milpa Alta y Xochimilco, con especies que fijan nitrógeno para mejorar los suelos y sirvan como forraje animal. Así lo explicó la máxima casa de estudios del país.
En algunas zonas del territorio nacional, como Nayarit, ya se han implementado sistemas de este tipo, aunque no tan intensivos. En Apatzingán, Michoacán, también hay ranchos con producción silvopastoril intensiva.
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