La estabilidad del ecosistema es clave para mantener sistemas naturales saludables. Los ciclos y funciones ecológicas son esenciales para el bienestar social; lamentablemente, la acción del hombre ha contribuido a generar alteraciones que inciden directamente en su salud y la del medioambiente.
En medio de la crisis sanitaria y con la mayoría de las personas resguardada en sus hogares, parece ser que la naturaleza envía señales importantes de su existencia: se puede observar vida silvestre en las ciudades, cielos más limpios y aguas más cristalinas, imágenes que dan la vuelta al mundo y que tienen maravillada a toda la población por lo impactante y notorios que pueden ser algunos de estos cambios. (Lea: ¿Cómo está cuidando Colombia la biodiversidad?)
Pareciera ser que todo está mejor tras la disminución de la actividad humana, sin embargo, solo han transcurrido unos pocos días. Para reconstruir un ecosistema dañado, se necesitarían años de buenas prácticas de conservación y protección.
“Pensar que los ecosistemas han cambiado a gran escala es una ilusión, quizás en los lugares más intervenidos por el hombre se pueda ver algún tipo de cambio porque hay menor actividad, pero para que haya un mejoramiento considerable en una zona, se requiere un tiempo mucho mayor sin intervención”, señaló el profesor André Rubio, académico del Departamento de Ciencias Biológicas Animales de la Universidad de Chile.
El lado positivo de este nuevo estilo de vida, que tiene a la mayoría de la población a nivel mundial con restrictivas medidas sanitarias y de actividad humana, sería entonces comprobar que es posible recuperar el ecosistema dañado si se mantiene este espíritu conservacionista hacia la naturaleza. (Lea: Prácticas sencillas de sobre biodiversidad y ganadería en Colombia)
“Sin duda es una oportunidad importante, ver un pequeño cambio, que haya más flores en una plaza porque nadie las pisa, nos deja ver que el problema con el daño al ecosistema se debe en gran medida a la acción del hombre y que se requiere un cambio de mentalidad real y un plan de acción con medidas concretas por parte de las instituciones, gobiernos, tomadores de decisiones, etc., para ver cambios de consideración, de gran extensión”, afirmó la profesora Mariella Neira, médico veterinario y docente titular de la cátedra de Apicultura de la misma institución austral.
Neira conoce de cerca un ser vivo vital para el ecosistema, una obrera silenciosa que hace un trabajo muy importante para mantener el equilibrio en la naturaleza, la abeja; cuya existencia se ha visto amenazada estos últimos años precisamente por la acción del hombre sobre su hábitat y que se vería muy beneficiada si se tomasen mejores decisiones sobre el estado de sus territorios.
La polinización no es una tarea fácil, pero cuando se trata de polinizar monocultivos, la misión de las abejas se complejiza. “Por ejemplo, la flor del palto es muy cerrada y les cuesta mucho llegar a los nectarios. Después de unas semanas polinizando una plantación, te puedes encontrar con colmenas totalmente vacías”, advirtió la profesora Neira, destacando además los altos costos económicos que tiene recuperar un núcleo, o familia, de estos insectos. (Lea: La agricultura y la ganadería ecológica mejoran la biodiversidad)
Sin duda, los ambientes con mayor diversidad son los más amigables para las abejas, pero debido a la destrucción y fragmentación de hábitats para el desarrollo por acción humana, estas obreras están obligadas a subsistir en medio de asentamientos urbanos y monocultivos que ponen en riesgo su existencia y la de otros seres vivos.
“Un hábitat nativo de gran extensión, poco perturbado por acción humana, se ve dividido en pequeños fragmentos o parches que quedan rodeados y aislados, por nuevos hábitats como cultivos agrícolas. Esta fragmentación tiene una fuerte repercusión en la biodiversidad. La fauna que queda en estas islas o parches, dependerá de sus características para su subsistencia, por ejemplo, su adaptación a nuevos hábitats y alimentos”, aclaró Rubio.
Esta pérdida de biodiversidad por la fragmentación de los hábitats, así como también el tráfico de fauna silvestre, la interrupción del flujo de servicios ecosistémicos como regulación climática, alimentos de calidad, reservas de agua, et.c, generan desestabilidad en los sistemas naturales saludables propiciando la propagación de enfermedades infecciosas, como la COVID-19 por ejemplo. (Lea: Deforestación: ¿La culpa es de la vaca?)
“Cuando la biodiversidad falta, la salud humana está en peligro. La salud humana y la de los ecosistemas siempre van de la mano, por lo cual la destrucción de los hábitats naturales enfrentará a enfermedades que antes no existían. El declive de los ecosistemas y especies interrumpen la entrega de agua limpia y suelo fértil; se eliminan fuentes de alimento, fibra y medicamentos de los cuales dependen millones de personas”, explicó la profesora Neira.
Esta crisis sanitaria histórica sin duda ha cambiado la visión respecto al ecosistema, tanto por la belleza de su biodiversidad, como por la funcionalidad que tiene para que podamos vivir en un ambiente saludable. El desafío, entonces, es conservar la naturaleza, proteger a los seres vivos y sus hábitats naturales y así evitar que una enfermedad infectocontagiosa, como la COVID-19, vuelva a sacudir nuestro planeta.