Gracias al apoyo del programa de Fundagán, brazo social de Fedegán, la Fundación Campamentos de Vida Nueva encontró en la ganadería una herramienta de esperanza y reconstrucción para personas que luchan contra las adicciones.
En la vereda Hato Chico, del municipio de San Rafael de Simijacá, Cundinamarca, una finca sirve de refugio y centro de recuperación para personas con adicciones. Se trata de la Fundación Campamentos de Vida Nueva.
Gracias al programa “Una Vaca por la Paz” de la Fundación Colombia Ganadera (Fundagán), los jóvenes que asisten a esta organización ahora tienen una nueva forma de sanar vidas: la ganadería. (Lea en CONtexto ganadero: Una Vaca por la Paz beneficia a infantes de Marina en Sucre, Córdoba, Bolívar y Tolima)
César Augusto Márquez, sacerdote de la Diócesis de Zipaquirá y actual vicario cooperador en la Basílica de Ubaté, forma parte activa de esta fundación y relató cómo esta organización sin ánimo de lucro se ha visto beneficiada al vincularse con el programa impulsado por el brazo social de la Federación Colombiana de Ganaderos (Fedegán).
“Nos llamaron, vinieron a conocer el lugar, vieron el trabajo que hacíamos, y luego nos dieron la buena noticia: nos iban a donar una vaca”, relató Márquez con emoción. El animal llegó y se ha convertido tanto en una fuente de leche y sustento, como en un símbolo de esperanza para todos los que habitan y visitan la finca.
Para quienes hacen parte del campamento, cuidar al animal es una actividad terapéutica. A través del contacto con la naturaleza, el trabajo en el campo y la responsabilidad diaria, los participantes del proceso de recuperación encuentran nuevas formas de reconstruirse y reintegrarse a la sociedad. (Fundagán inicia la entrega de vacas para transformar vidas en el campo colombiano)
Rehabilitación en el campo
El Campamento de Vida Nueva acoge a jóvenes, adultos, incluso familias enteras, que buscan una segunda oportunidad.
“El campo tiene un potencial inmenso como escenario de sanación”, expresó Márquez, convencido de que el trabajo en la tierra y el contacto con los animales generan procesos profundos de transformación interior. “A veces una vaca hace más por la paz que mil discursos”, dijo.
Para el cura, no solo se trata de criar una vaca, sino que constituye una herramienta pedagógica para las personas en rehabilitación.
La presencia del animal permite enseñar sobre compromiso, paciencia, disciplina y cuidado del otro. Valores esenciales que forman parte del proceso de rehabilitación y espiritualidad que ofrece la fundación.
Además, el uso de la leche para el consumo interno y para la venta ocasional genera ingresos que permiten cubrir algunas necesidades básicas de quienes viven allí.
“Cada litro de leche que obtenemos representa un paso hacia la autosostenibilidad”, expresó Márquez, destacando cómo esta ayuda ha aliviado una parte significativa de sus cargas económicas.
El sacerdote asegura que iniciativas como Una vaca por la Paz demuestran que es posible tender puentes entre el campo, la fe y la acción social.
“Aquí la paz no es un discurso, es una realidad que se construye con pequeños gestos, como el de esa vaca que llegó un día y nos cambió la vida”, manifestó.