Petro usa y abusa de esos términos y se descalifica él mismo al hacerlo. Percibe esos calificativos como armas retóricas, como si la densidad moral, espiritual y jurídica del asesinato sistemático de seis millones de judíos no fuera algo singular y difícilmente transferible a otros países y a otras calamidades humanas.
Petro suele poner en un plano de igualdad hechos y episodios, reales o inventados por él, de la vida política y social de la Colombia, con el Holocausto (1933-1945). El cree ver “nazis”, “hitlerianos”, “genocidas” y “masacres” en muchas partes como si la Solución Final, el mal absoluto, se repitiera todos los días en Colombia y América Latina.
Para anular las críticas y los escándalos de su aberrante presidencia que los periodistas tratan en la prensa, Petro acude a la Reductio ad Hitlerum, vicio retórico descrito por los filósofos Leo Strauss y George Steiner y destinado a enlodar al interlocutor.
Unas veces, los “nazis” de Petro suelen ser valerosos periodistas que hacen su trabajo, o actores políticos liberales, conservadores y centristas que jamás han pensado ayudar o militar en organizaciones nazi-fascistas. En marzo de 2022, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) reprendió a Gustavo Petro por utilizar ese tipo de insulto contra el grupo audiovisual RCN y sus periodistas y le pidió suspender esa práctica dañina que suele, dijo la SIP, “incentivar violencia y amenazas”.
Los llamados de la SIP han sido vanos. Petro tildó de “neonazi” a David Ghitis, un periodista y miembro de la comunidad judía de Colombia. Un mes después, Petro acusó a un grupo de jóvenes conservadores pro-vida de ser miembros de una “red neonazi” pagada con “dineros públicos”.
Petro parece convencido de que el Estado colombiano es “genocida”. Hace unos años, durante un debate sobre el partido Unión Patriótica (1) lanzó: “La Alemania nazi tenía un Estado genocida. No hay diferencia entre el Estado colombiano y el Estado nazi desde ese punto de vista.” Petro nunca se excusó por la absurda afirmación.
También el Estado peruano es “nazi”, según Petro. En febrero de 2023, el Congreso del Perú declaró persona non grata al presidente colombiano por haber llamado “nazi” a la expresidenta Dina Boluarte y a la derecha peruana. Los ex aliados de Petro son víctimas de tales calificativos. La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, verde y ultra progresista, fue señalado como una “nazi” por haber criticado a inmigrantes venezolanos que cometen delitos en Colombia.
El presidente colombiano también insulta a Israel. El compara a Israel con los nazis y cree ver en Israel un estado semejante a la Rusia de Putin que invade y trata de borrar del mapa a Ucrania. En 2019, escribió que Israel “discrimina a los palestinos como los nazis a los judíos” y que el ejército israelí “masacró a la población palestina en la franja de Gaza”. En 2017, criticó el reconocimiento de Jerusalén como capital del estado de Israel. En 2014, Israel le llamó oficialmente la atención a Petro por publicar falsas fotos de “masacres” israelíes contra pobladores de la banda de Gaza.
El uso abusivo e instrumental de esa terminología es cada vez más frecuente en Petro, sobre todo durante la campaña electoral de 2021-22 y desde que llegó a la Casa de Nariño. Términos como “judíos”, “nazis”, “genocidio”, “masacre”, son convertidos por el extremista en proyectiles oratorios contra sus compatriotas y antagonistas.
Tal irrespeto por la realidad y por las víctimas de la Shoah es una muestra de gran ignorancia. Y de algo más. Quiéralo o no, sea consciente o no, tal reiteración refleja una recóndita fascinación-horror por el nazismo, por su habilidad en la mecanización de la muerte, por su obscura irracionalidad destructiva. Pedro y sus seguidores deberían reflexionar y abandonar ese tipo de reflejos.
Intentando legitimar su propio recurso a la violencia pasada y presente y a la mentira asombrosa, Petro se muestra como un mártir de los “nazis” y de la “extrema derecha” que “masacran a los jóvenes” en las calles, etc.
Incapaz de debatir lealmente y de respetar los hechos, el hombre prefiere insultar y calumniar sin escrúpulos. Ello crea dinámicas muy peligrosas: los que creen en sus imposturas organizan operaciones para impartir la violencia contra los “nazis”.
Como Petro acusó a “los dueños de la revista Semana” de ser como “los Nazis y Goebbels” [las mayúsculas y los errores de sintaxis son de Petro], y como él agrega que “los medios de entonces” [en tiempos de Hitler] cayeron en manos de “los Nazis y Goebbels” y que algo parecido le ha ocurrido a la revista Semana, grupos de indígenas fanatizados atacaron esa revista en Bogotá con garrotes, pretextando que los periodistas y Vicky Dávila, la directora de Semana, son unos “mentirosos” como los “Nazis y Goebbels” doblados de “xenófobos violentos”, según la prédica del irresponsable jefe de Estado.
Nadie sabe quiénes son los “Nazis y Goebbels” que escriben en Semana pero lo más cruel de ese episodio es que Petro escribió tales sandeces para justificar, al día siguiente, el citado asalto que dejó un herido.
Petro también explota la leyenda negra anti-España. Para legitimar la acción violenta contra las fuerzas políticas y sociales que combaten la consolidación de un régimen narco-socialista en Colombia, el presidente garrapateó este párrafo malévolo un día después del incidente en Semana: “Quienes llaman borregos y violadores a los indígenas tienen la misma mentalidad del sanguinario conquistador español, solo que olvidan la historia. Al final el sanguinario conquistador perdió ante la resistencia indígena y de allí salió nuestra libertad y nuestras repúblicas” [la puntuación y los errores de construcción son de Petro].
El conquistador español no perdió ante la “resistencia indígena”. La guerra de independencia, la libertad y la constitución de la República de la Nueva Granada (1810-1831) fueron procesos concebidos y dirigidos por la aristocracia criolla o burguesía naciente, con el apoyo de los comerciantes y artesanos. Los terratenientes asimismo hicieron parte del bando independentista. En cambio, los ejércitos españoles contaron con el apoyo de una parte de la aristocracia esclavista y minera, sobre todo en el sur del virreinato. Los indígenas y los esclavos negros combatían en uno y otro bando. Con algunas excepciones, los indígenas no eran partidarios del sistema liberal que los generales Nariño, Bolívar y Santander, entre otros, impulsaron. Con su falsificación de la historia, Gustavo Petro busca fanatizar a ciertos grupos indígenas para que sirvan sus intereses como fuerza de choque contra las ciudades, las empresas y la libertad de prensa. Hemos visto un primer intento de eso en el ataque que sufrió Semana este 29 de septiembre.
Predicar el odio fantaseando con “nazis” y con una quimérica reminiscencia del “sanguinario conquistador”, epítome de la clase dirigente y de las clases trabajadoras de hoy, es la tarea de un agitador que busca dividir y envilecer a Colombia para facilitar su destrucción. No obstante, ese personaje se presenta como adalid de “la paz y la reconciliación” y de la “movilización pacífica del pueblo”. Tanto cinismo es improductivo y cada vez son menos los que le creen.
1.- La Unión Patriótica fue un partido formado por las Farc y el Partido Comunista de Colombia en 1991. En 1996, 420 de sus miembros habían sido asesinados (cifras judiciales). La propaganda del PCC habló de 1 163 militantes abatidos y trató de atribuir esos crímenes al Estado colombiano. Falso. En esa matanza están involucrados los más diversos actores: jefes de carteles de la droga, autodefensas de extrema derecha, individuos que se vengaban por crímenes de las Farc, disidencias de las Farc (sobre todo el grupo de alias José Fedor Rey) y las mismas Farc por disputas de dineros y diferencias ideológicas con la UP. Un considerable número de asesinos fueron capturados y condenados por las autoridades y los policías y militares aislados que, por acción u omisión, participaron en esa matanza también fueron sancionados por la justicia colombiana.