La doctrina depravada según la cual los actos de pedofilia y tortura sexual y moral, los abortos forzados y salvajes, cometidos por jefes comunistas en Colombia, durante el llamado “conflicto”, no son castigables, o son castigables con las penas ridículas de la llamada “justicia de transición”, no es un error ni una invención de última hora de las FARC ni de esos magistrados. Es un acto consciente que tiene precedentes en la historia del comunismo y que busca ahora no solo garantizar la impunidad y el blanqueo de las FARC sino que pretende echar por tierra la ética y los valores morales de todo un país. Amplísimos sectores de la opinión colombiana no se cansan de decir: la pedofilia y las otras monstruosidades cometidas contra los menores no pueden ser sancionadas con “penas alternativas” como las que piensa dictar la JEP al terrorismo FARC. La JEP es un cáncer que está haciendo metástasis y debe ser erradicado cuanto antes. Los inventores de esa doctrina no hacen sino desarrollar, de manera solapada, teorías nefandas que el comunismo y cierta izquierda radical internacional, que pretende encarnar el campo del bien, pusieron en práctica en diferentes épocas con resultados desastrosos. Si los magistrados que guía Linares no son barridos del escenario judicial, el escándalo actual en Colombia no será sino el comienzo de unas maniobras aún más vastas y perversas destinadas a abrir, de par en par, las compuertas a todo tipo de crímenes sexuales. ¿Acaso alguien ha olvidado las supercherías pedófilas que algunos trataron de imponer en Francia durante y después del Mayo 68? ¿Hemos olvidado las teorías sobre la “revolución sexual” y sobre la familia que defendía la bolchevique Alexandra Kollontai (1872-1952) en la Rusia de Lenin y Stalin? ¿Hemos olvidado que ella, predicadora del “amor libre” (lo que no le impidió casarse religiosamente en plena revolución), militaba para que toda forma de unión entre los sexos fuera aceptada por la sociedad, entre ellos los matrimonios entre tres o cuatro personas? Ella inventó la propuesta de hacer el amor como un «vaso de agua» y practicar la «monogamia sucesiva» (promiscuidad sexual sin afectos). Ante el rechazo de sus tesis, consideradas por algunos como depravadas, entre otras por la revolucionaria alemana Clara Zetkin, escribió, durante su vida de diplomática, novelas para “socializar” una visión positiva del incesto. El mal es contagioso. En la historia completa del Mayo 68 hay un capítulo aciago en donde, so pretexto de la “liberación de todas las formas de sexualidad” y “derrotar los conformismos”, como pedía Kollontai, los amigos del incesto y de la pedofilia, envalentonados por las audacias radicales de esa pseudo revolución, saltaron al escenario y difundieron esas tesis durante más de una década, libremente, logrando la neutralidad y, peor, la simpatía de algunos intelectuales y periodistas. En 1977, eminencias de izquierda como Althusser, Sartre, Aragon, De Beauvoir, Foucault, Derrida, Gluksmann, Sollers y Dolto firmaron un manifiesto que tendía a banalizar la pedofilia, con el pretexto de “respetar el consentimiento” de los niños menores de 15 años. En abril de 1977 fue creado en París un “frente de liberación de pedófilos” que quería luchar “contra la tiranía burguesa que castiga el amor con los niños”. Esa gente exigía que la pedofilia fuera despenalizada y definida como una “cultura”. Para algunos, la pedofilia es un arma de guerra para destruir el orden social. ¿Y qué decir del escándalo que estalló en el partido Verde Alemán en 2013? El 23 de abril de 1982, Daniel Cohn-Bendit, el líder más mediatizado del Mayo 68, hizo la apología más descarada de la pedofilia y explicó que “ser desnudado por una niña de cinco años es una cosa fantástica”. Lo dijo en Apostrophes, un célebre programa de televisión. No fue una frase destinada a “escandalizar al burgués de los años 1970”, como él dijo años más tarde. Daniel Cohn-Bendit había publicado en 1973 un libro, “El Gran Bazar”, en donde teoriza, o cree teorizar, sobre el “despertar sexual” de los niños. Allí evoca sus actividades como asistente de una guardería de Frankfurt. Como si la cosa fuera perfectamente normal, allí habla de las “caricias” que él dio y recibió de niños de uno a 6 años. Ese historial no le impidió a Daniel el Rojo hacer carrera dentro de las filas del Partido Verde Alemán (Die Grunen). Creado con fracciones que venían del partido comunista alemán (KPD), ilegalizado por el Tribunal Federal en 1956, los Verdes integraron, en los años 1970, gente que venía de facciones diversas como el ecologismo, el feminismo radical, el pacifismo y el socialismo. Lo que ocurrió en 2013 dejó por los suelos a esa agrupación y sobre todo a su líder. En marzo, el presidente de la Corte Constitucional Federal, Andreas Voßkuhle, rehusó leer el discurso de entrega del prestigioso premio Theodor Heuss que alguien quería concederle a Daniel Cohn-Bendit. Ello desató una cascada de revelaciones. El servicio de prensa de Voßkuhle hizo saber que éste, en efecto, “no quería asociar la Corte a los escritos de Daniel Cohn-Bendit sobre la sexualidad entre adultos y niños”. La prensa pudo investigar aspectos poco conocidos de la vida del famoso demagogo e informó sobre el malestar que existía dentro del Partido Verde. Un diario recordó que otra figura de los Grunen de Berlín, Volker Beck, había publicado, en abril de 2012, un texto en el que pedía la despenalización de los actos sexuales con menores, y que otra figura de esa formación había declarado públicamente que era necesario legalizar el sexo entre hermanos. Poco después y por la misma causa, el camaleónico líder de Mayo 68 tuvo que renunciar al Premio Franco-Alemán de Medios. Eckhard Stratmann-Mertens, cofundador del Partido Verde y ex miembro del Bundestag, acusó de pedofilia a Daniel Cohn-Bendit y a otros fundadores de ese partido, el 27 de julio. Declaró que no le creía una palabra a Cohn-Bendit cuando negaba la pedofilia en ese partido. “Yo también fui estudiante en Frankfurt am Main cuando Cohn-Bendit y Joschka Fischer estaban allí”, subrayó Stratmann-Mertens. (…) “Participé en los mismos eventos y puedo decirles que no le creo a Cohn-Bendit cuando dice que sus revelaciones sobre sus relaciones sexuales con niños eran ‘puramente teóricas’”. Con gran repugnancia recordó que, durante algunas reuniones del Partido Verde, él había visto cómo adultos y adolescentes se besaban. Y concluyó: “Cohn-Bendit debería haber sido expulsado hace rato del partido”. Tres años después, el 16 de mayo de 2016, en otro programa de la televisión francesa, Cohn-Bendit se excusó a medias reduciendo a la categoría de “tonterías” las inmundicias que había escrito en su libro: “Me avergüenzo, yo no habría debido escribir jamás esas tonterías”. En cambio, por lo dicho en 1982, cero arrepentimiento. Tras la tormenta en Alemania, el ex eurodiputado se fabricó, con algo de éxito, una virginidad: nadie se atrever hoy a evocar sus viejas tesis y gracias a esa autocensura el hombre puede perorar sobre todo y regañar a todos, sobre todo a los políticos de derecha. Sus aficiones, dice, son sanas: el fútbol, el ciclismo, la petanca, la buena comida y las mujeres bonitas. La prensa de izquierda ayuda a fabricar ese olvido. El portal de Mediapart retiró sin explicación un artículo bastante crítico de Nicole Guihaumé, del 27 de julio de 2013, donde dijo que “la imagen de Daniel Cohn-Bendit había quedado agrietada y que hoy él era asimilado a un pedófilo reconocido y denunciado por numerosos diputados alemanes”. La onda de choque de la anarquía moral desatada por el golpe de Estado bolchevique de 1917 impactó a muchos países de manera durable. Los leninistas estaban convencidos que iban a cambiar el mundo, las leyes naturales, el ser humano, y que el matrimonio “burgués” era un obstáculo para la “liberación sexual” y la emergencia del “hombre nuevo”. El régimen bolchevique pensó que “la vida colectiva” sería favorecida por las leyes sociales de 1918 sobre el matrimonio civil, el divorcio, el amor libre y el aborto (primer país en legalizarlo). Las mujeres desaprobaron desde el comienzo esas medidas. Temían que esas leyes destruyeran sus hogares. Tenían razón: decenas de miles se vieron abandonadas con sus hijos. En 1920, la tasa de divorcios en Rusia se disparó: 26 veces más alta que la de Europa Occidental. Y una mano de obra barata y maleable fue a llenar las fábricas y granjas. El escritor Mikhaïl Boulgakov (1891-1940) cuenta que un día vio una de las tantas marchas de gente totalmente desnuda. Detalla que algunos subían en grupos a los tranvías con brazaletes que decían: “abajo el pudor”. La “liberación sexual” terminó en una nueva esclavitud. Por ejemplo, la Comisaría del Pueblo para la Ayuda Social, dirigido por Alexandra Kollontai, creó en la ciudad de Vladimir la “oficina del amor libre”. Esta ordenó a todas las mujeres solteras, de 18 a 50 años, matricularse en ese servicio para que encontraran “socios sexuales”. El biógrafo americano de Kollontai, B. Clements, explica que las mujeres de más de 18 años eran “propiedad del Estado” y los hombres tenían derecho a escoger una mujer matriculada, aún sin el consentimiento de ella, para reproducirse “en interés del Estado”. La ciudad de Saratov abolió a su vez el matrimonio, decretó la “nacionalización de las mujeres” y dio a los hombres el derecho a satisfacer sus pulsiones sexuales en los burdeles del Estado. El investigador rumano Radu Clit subraya que la actitud totalitaria de negar las prohibiciones fundamentales de la cultura y el deseo de reemplazar la familia con “comunidades humanas”, con las consiguientes prácticas sexuales, “probablemente revivió en la Rusia soviética las fantasías colectivas, implícitas o explícitas, del incesto, en un contexto social aún inestable”. Pero que “la resistencia colectiva” logró más tarde que la situación evolucionara “en la dirección opuesta, al ascetismo.” La vida diaria de millones de personas recibió un golpe brutal. La ruptura de los diques morales en medio de la anarquía reinante, multiplicó los casos de violaciones, incestos, pedofilia, sodomía, feminicidio y suicidio femenino. La violación de mujeres y niños, sobre todo de las capas depuestas, la aristocracia, la burguesía, la clase comercial y los kulaks (campesinos), todos “enemigos del pueblo”, alcanzaron niveles horripilantes. El periodista Georgui Manaïev comenta que el péndulo de la revolución sexual fue sin concesiones: “En 1920 la violación era ya una epidemia y el 20% de la población masculina adquirió enfermedades venéreas. En 1923, la mitad de los niños nacidos en Moscú habían sido concebidos fuera del matrimonio. Muchos de ellos terminaron en la calle. Una generación de huérfanos había nacido”. Esa era apenas una consecuencia de la guerra de clases en todo su furor. A causa del colapso económico y de la inseguridad, los asesinatos aumentaron. Miles de mujeres erraban por las calles con sus hijas tratando de vender sus pertenencias para poder alimentarse. Muchas tuvieron que prostituirse. La promiscuidad en los apartamentos y viviendas confiscadas, donde varias familias debían convivir hacinadas, aumentó el crimen, sobre todo contra la mujer y los niños. La apertura de las cárceles en febrero de 1917 había dejado en libertad a miles de bandidos endurecidos. Durante el periodo del terror de masa, las esposas de los “traidores” y “desertores” eran detenidas y fusiladas, o enviadas en convoyes a campos de concentración con sus hijos menores o sin ellos. A partir de los 15 años los niños, huérfanos o no, podían ser acusados de ser “socialmente peligrosos” y fusilados por tener “actitudes contra-revolucionarias”. Centenas de miles de ellos fueron enviados a colonias de castigo, llamadas de “reeducación por el trabajo” donde muchos murieron de frio y hambre junto con millones de adultos y kulaks (campesinos) deportados. Alexander Yakovlev, quien estudió los archivos del NKVD, escribe que los bolcheviques durante la guerra civil capturaban los niños de los kulaks que se oponían a la política agraria del régimen y que desde 1918 construyeron gulags donde predominaban mujeres, niños y recién nacidos. Agrega que en varios orfelinatos los niños de detenidos eran violados por los presos adultos. El capítulo más pavoroso del libro de Robert Conquest sobre el terror stalinista (1) es el que dedica a lo que ocurrió con los niños entre 1932 y 1934. Cuatro millones de menores murieron de hambre y represión policial y muchos más fueron mutilados de diversas maneras. “Los niños deportados morían en calles, trenes, granjas, iglesias, caminos, en los centros de transito”, escribe. El hambre llevaba a la locura, al canibalismo, al suicidio. Conquest cita un documento oficial del 31 de mayo de 1935 que ordena la eliminación física de los niños sin domicilio. El afirma: “Toda una generación de niños fue liquidada o mutilada en los campos de la URSS y particularmente en Ucrania”, sobre todo durante las hambrunas de 1921 y de 1932-1934. En 1929, “el régimen justificó la guerra dirigida contra los niños campesinos por las ‘necesidades de la Historia’”, dice Conquest. Las protestas de Krupskaia, la viuda de Lenin, contra la hecatombe de los hijos de kulaks no sirvieron de nada. La visión de los jefes bolcheviques era: “No piense en los hijos hambrientos de los kulaks; en la lucha de clases la filantropía es un mal”. ¿Esta enumeración de atrocidades para qué? Para mostrar que la ferocidad y la indiferencia insondable de las FARC ante el sufrimiento de sus víctimas, sobre todo el de los seres más indefensos como son las mujeres, los niños y los rehenes, no es una tara local. Es la aplicación de una ideología política, de una monstruosidad que fue teorizada y ejecutada masivamente por los leninistas y presentada como un “ascenso histórico de la humanidad”. Las niñas, los niños y las mujeres secuestradas y enroladas a la fuerza en la guerrilla de las FARC, donde miles de ellas fueron esclavizadas, violadas, maltratadas, torturadas, mutiladas, fusiladas y enterradas en fosas que nadie encontrará jamás (2), no son “errores” como ahora dice Timochenko. Son crímenes gravísimos, de lesa humanidad, que tuvieron como matriz los horrores de la URSS. La Corte Constitucional colombiana, al negarse a castigar los crímenes de los comunistas, sobre todo la pedofilia y el feminicidio, se ubica en línea directa con los que inventaron la “nacionalización de las mujeres” y a la destrucción, física, sexual y moral, de millones de niños en los países soviéticos. Coinciden con aquellos que ven la pedofilia como un arma de guerra para destruir el orden social “burgués”. Esos crímenes nadie los puede amnistiar. Nadie. Ni la misma Corte Constitucional colombiana. Al decretar que tales actos son disculpables (3), pues fueron el resultado del “conflicto armado”, esa Corte se puso al margen de la legalidad. Indicó que Colombia renuncia a proteger a los niños de los abusos sexuales y de otros crímenes cometidos por los “combatientes marxistas”. Los colombianos no cederemos hasta ver destituidos y sancionados a los magistrados que fabricaron tal injusticia y hasta ver desmantelada la JEP. Si no logramos eso quiere decir que Colombia está bajo el poder de las FARC y que la paz pactada por Santos en La Habana es la forma más pérfida de prolongar esa agonía y esos enormes sufrimientos. Notas (1).- La Grande Terreur (Editions Robert Laffont, Paris, 1995, pag. 538). (2).- Ver los archivos y testimonios sobre los miles de niños violados, mutilados y asesinados en condiciones horribles en las filas de las FARC, recopilados por la asociación de víctimas La Rosa Blanca: https://twitter.com/CorpoRosaBlanca (3).- Técnicamente, la banalización de los crímenes de las FARC tomó la forma de una declaración en la que la citada Corte declaró inconstitucional el artículo 146 de la ley estatutaria de la JEP (Justicia Especial de Paz, pactada en La Habana), que excluía a los violadores de menores de las sanciones imaginarias que puede decretar la JEP, bajo el argumento cuestionable de que ese artículo iba contra del acto legislativo que creó la JEP. Por Eduardo Mackenzie, 30 de agosto de 2018 @eduardomackenz1
Comunismo, pedofilia y otros crímenes sexuales
Por Eduardo Mackenzie - 07 de Septiembre 2018
La conmoción que creó en Colombia el texto de la Corte Constitucional que pretende disculpar (pues no se trata sino de eso) los crímenes sexuales cometidos por los jefes de las FARC contra sus víctimas, sobre todo contra niñas, niños, adolescentes y mujeres, reclutados o secuestrados por esa banda criminal, no declina. Ésta, por el contrario, crece día a día sobre todo ante las explicaciones abyectas que lanza el señor Alexander Linares, presidente del grupo que inventó tal monstruosidad en la maltrecha Corte Constitucional colombiana.