Conocido por husmear en las cárceles más sórdidas en busca de delincuentes dispuestos a servir como falsos testigos contra los adversarios políticos de las FARC, Cepeda es uno de los que más intriga en los corredores de la Casa de Nariño para que Gustavo Petro cree un precedente ominoso de sanción a un expresidente por criticar éste a su gobierno.
Si Petro y Cepeda logran eso, todo el derecho a hacer política independiente, a criticar el poder establecido, será derrumbado y Colombia habrá perdido la mayor de sus libertades.
Colombia debe respaldar y proteger al expresidente Andrés Pastrana, movilizarse masivamente contra lo que Gustavo Petro intenta hacer contra él. La intentona contra el expresidente conservador es la señal de que la libertad de opinión y de expresión de los colombianos está en la cuerda floja o ha cesado.
Después de que la conciliación con Gustavo Petro fallara, pues éste no aceptó los términos de Andrés Pastrana para un arreglo pacífico, mediante un debate público entre ellos, el líder conservador lanzó una frase que millones de colombianos comparten: “Cada día este gobierno comienza a parecerse más a la narco-dictadura de Venezuela”.
No estamos aquí ante un “rifirrafe” entre dos personalidades políticas, como dice la prensa inconsciente. Lo que ocurre es un combate a muerte entre los defensores de un gobierno constitucional y los aventureros que quieren erigir una detestable dictadura cubano-venezolana.
Encaramos los colombianos un gobierno en crisis que está dispuesto a destruir como sea la libertad, la igualdad de derechos, los derechos humanos, los valores universales de la democracia, la república y de un gobierno constitucional.
Este episodio es de una dimensión especial por tratarse de un ataque de un presidente en ejercicio contra los derechos de un ciudadano que fue presidente de la República y que es un líder de la oposición, por lo que el segundo ha dicho del primero. Sólo los regímenes totalitarios amordazan y violentan a sus oponentes. Petro está pues actuando no con la Constitución y los códigos de derecho colombiano en las manos sino con las rojas cartillas violentas de los regímenes comunistas.
Al llegar a la confrontación en la Fiscalía, Petro dijo que iba allá a defender “del buen nombre de (su) gobierno”. Se equivoca. Un mandatario defiende el buen nombre de su gobierno con decisiones políticas, con actos, con iniciativas inteligentes, generadoras de paz, libertad, fraternidad y prosperidad, no montando intrigas y procesos contra los descontentos.
Si Petro no quiere que los colombianos veamos en él un presidente que está arrodillado ante los designios de los carteles y bandas narco-comunistas, él debe romper con su política inaudita de dejar sin protección a la población y de permitir a la criminalidad organizada hacer lo que quiere con la excusa de que hay un cese al fuego con ella, que le impide a las fuerzas militares y de policía de la República defender a la ciudadanía y el territorio nacional de terribles agresiones.
Mientras Petro no renuncie a esa política, será totalmente legítimo decir, como dijo el expresidente Pastrana, el 28 de noviembre de 2023: “Su campaña y su presidencia @petrogustavo no han sido otra cosa que la fusión del gobierno con el narcotráfico bajo el velo de una farsa denominada paz total”. Tal caracterización puede ser severa. Pero es, al mismo tiempo, cierta, y los hechos que la corroboran se acumulan cada día.
¿Qué hacer contra los designios de Gustavo Petro? Las críticas verbales no bastan. Las marchas esporádicas, las denuncias, revelaciones y demostraciones en el parlamento son indispensables, pero ellas solas no bastan: hay que circular más y más información, realizar foros y conversatorios y ocupar las calles y plazas de manera más frecuente y duradera, contra toda agresión liberticida o contra los oponentes. Hay que mantener informado al mundo entero sobre tales crímenes, crear una dinámica de masas contra el régimen nihilista y corrupto de Petro y de sus grupúsculos fanatizados, Primera Línea, Pacto Histórico o como se llamen.
El juicio de destitución de Petro por las constantes violaciones a la Constitución y a las leyes de Colombia debe ser intensificado y reforzado. Abrir espacios para que la ciudadanía conozca el sentido de las justas demandas que cursan hoy ante la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes. Los miembros de esa Comisión deben atender esas demandas, cumplir con la ley y, sobre todo, cesar de jugar a “aquí no pasa nada”. Si no actúan en derecho se convertirán en parte del problema. Si no instruyen esa causa la presión sobre ellos aumentará pues las mayorías respaldarán la acción de los demandantes.
La conducta de Petro es inaceptable. El intenta poner al frente de la Fiscalía una ficha suya para dominar todo el sistema judicial y amenaza al fiscal Barbosa por no haberse plegado a sus caprichos. Petro le quita las condecoraciones a un emérito general de la República, trata de golpistas a quienes impulsan acusaciones contra él en la Comisión de Acusaciones, considera que su esposa puede utilizar el dinero público para sus viajes y actividades privadas. Petro juega con la salud pública y planifica la ruina de Ecopetrol. Él tiene reuniones secretas cada semana sin que la prensa pueda investigar al respecto. Él está trayendo migrantes africanos a Colombia, retoma los insultos antisemitas de Hamas y se abstiene de condenar la matanza islamista del 7 de octubre pasado en Israel. Es el mismo que perdió por negligencia la realización en Colombia de los Juegos Panamericanos. En fin, la lista de su labor depredadora es interminable.
Ahora Petro pasó a la agresión judicial contra el expresidente Andrés Pastrana. Ante eso debemos admitir que no luchamos sólo contra un presidente errático, impopular, rencoroso, inepto y convencido de que destruir la democracia es una excelente acción. Luchamos no solo contra su paquete de medias aberrantes, ni contra alguien que podría un día “enderezar su camino”, como sueñan algunos ingenuos. El desafío es impedir la consolidación de una dictadura marco-comunista que se apoderó del Estado mediante una elección fraudulenta, y que trata hoy, por todos los medios —medios sangrientos, medios ideológicos y medios políticos—, de estabilizar su posición y hacerse “irreversible” en 2026.