default

Comedia en muchos actos

Por - 11 de Junio 2013

Si no hubiera tantas razones para que nos doliera, hasta entretenida parecería la farsa de La Habana.

Si no hubiera tantas razones para que nos doliera, hasta entretenida parecería la farsa de La Habana. Llamemosla comedia, que es palabra menos comprometedora y vamos a seguirla en sus más recientes episodios sin ápice de angustia. Cuando ya se sabe el desarrollo de la trama, se pierde el interés que suscita. Solo queda divertirse con el esfuerzo de los comediantes por hacer creer en lo que hacen.

Ya sabíamos que el Gobierno de facto de Venezuela pasaría su cuenta de cobro por los acontecimientos que molestaron a Maduro, y sobre todo a Cabello, o que sin molestarlos tanto les ofrecieron ocasión de perlas para hacerse sentir necesarios y para darle una paliza a Colombia, pensarán ellos, cuando preocupan solamente a Santos y su apocada corte. Y nada se demoraron.

Los de las Farc hablan más que un perdido cuando aparece, como resulta harto explicable. Aquello de tener micrófono y periodistas que toman notas, y las transmiten, después de que por años apenas los oían los zancudos, las arañas y los reptiles, no es un proceso de fácil digestión. Y no se hicieron esperar las voces que les dictaba su consueta, la gente de Miraflores. (Lea: "No será fácil reelegir la política de paz de Santos”: Lafaurie)

A  las Farc les pareció insoportable que el presidente Santos se hubiera reunido con Capriles, el jefe de la oposición venezolana. Y se preguntará cualquiera lo que tengan que ver estos bandidos con que a Capriles lo saluden o no en la Casa de Nariño. Pues juzgaron gravísimo el asunto, lo vieron intolerable y hasta peligroso para el equilibrio de la humanidad. Una cosa de ese calibre puede dañar los diálogos de paz, fue lo que se le ocurrió decir a Diosdado cuando se vino enfurecido contra Santos por semejante osadía. Y es lo que en coro, mal coro por supuesto, dicen los “plenipotenciarios” de las Farc en Cuba.

Tampoco es de recibo que Santos busque contactos con la OTAN, lo que puede poner en riesgo el equilibrio militar de América, agregan los portavoces de aquellos delincuentes. La suma de esos acontecimientos está desinflando el ambiente de los diálogos, lo que supone que inflados estuvieron, sin que sepamos con cual tipo de gases. (Columna: ¿Cuál paz: la de Santos o la de Uribe?)

Sabíamos de antemano la respuesta. Eso hace, insistamos, tan poco atractiva la comedia, que siendo teatro menor, tiene por lo menos la gracia de que hay que tratar de adivinar los diálogos y el final. Aquí todo se sabe de antemano. El buenazo del Doctor De La Calle salió ante las cámaras de inmediato, a decir que el asunto no es para tanto y que el Gobierno seguirá sus diálogos, por desinflados que los vean los de las Farc. Eso es tenacidad y grandeza de alma o bobería pura y simple, cada uno lo pensará para su capote. Pero ese no es el tema. De lo que se trata es de comprobar, una vez más, el encarte en que el doctor Santos se ha metido con el proceso y con la propaganda que le ha hecho.

Cuando se ha repetido tantas veces que el Gobierno no es rehén de los diálogos, es porque precisamente eso pasa. ¿Cómo se desmontaría de ellos el doctor Santos? ¿Cómo explicaría su fracaso ante la tribuna que se armó él mismo y ante todos los invitados a presenciar la función? Imposible. Por eso hemos visto a nuestro presidente como al jinete que va a horcajadas, a medio tenerse, de un caballo desbocado. Ni puede pararlo, ni puede seguir encima, ni puede dejarse caer. (Lea: Casi la mitad de los colombianos tienen una imagen negativa de Santos)

Acaba de decir el jefe del equipo del Gobierno que desea ver a las Farc haciendo política sin fusiles en la mano. Independientemente de lo grotesco que esa posibilidad se nos ocurra, cabe decir que para ello es necesario que los próceres de ese nuevo partido no estén en la cárcel. Lo que significa que De La Calle, como quien no quiere la cosa, nos está proponiendo otra vez la cuestión de la impunidad. De otra manera se perdería su deseo en el vacío. Y sabe que eso es imposible. Que ni lo permite el Derecho Internacional Público, ni lo aceptarían los colombianos en ninguna circunstancia. Y es a semejante lío al que ahora tienen que enfrentarse los de La Habana. Nadie dirá que no es divertido lo que viene.