Aunque la ganadería sostiene la economía rural, sus protagonistas enfrentan flagelos como la extorsión y las amenazas de grupos armados ilegales. Sin presencia institucional, la seguridad del campo pende de un hilo invisible.
En Chibolo, Magdalena, el miedo se ha vuelto un estado permanente. Grupos armados ilegales dominan las zonas rurales y los ganaderos viven a merced de quienes cobran “cuotas de permanencia”, para no ser asesinados, mientras la fuerza pública brilla por su ausencia.
Pedro Pérez*, ganadero de la región, describió una situación que mezcla angustia, resignación y un profundo sentimiento de abandono.
“Uno vive en desorientación porque ni sabes quién está mandando. Hoy es uno, mañana es otro. Lo único seguro es que hay que pagar o desaparecer”, afirmó. (Lea en CONtexto ganadero: ¿Por qué se perpetúa la inseguridad y la impunidad en el sector rural?)
El campo se ha convertido en el escenario de una guerra silenciosa. Grupos armados ilegales se han convertido en autoridad de facto en múltiples regiones del país, donde el Estado brilla por su ausencia.
Las organizaciones criminales, que se hacen pasar por miembros del Clan del Golfo o de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, han impuesto su propio sistema de control social y económico en la región.
Según testigos de la zona, la extorsión no es una excepción sino una regla, pues deben pagar una cuota anual obligatoria que garantiza “tranquilidad” a cambio de sumisión.
Pérez aseguró que “el hurto como tal de ganado ya ni se ve tanto, porque el objetivo de estos grupos no es robar, es controlar. Si tú no accedes a pagar, te desaparecen, te matan, o te dañan los animales, la maquinaria. Lo sabemos porque ya ha pasado”.
Sin derecho a organizarse
La falta de respuesta institucional es otro enemigo silencioso. La Policía, sostuvo el afectado, solo tiene presencia en las cabeceras municipales. En el campo estamos solos. Sin ley, ni voz, ni defensa”.
El productor añadió que “los grupos al margen de la ley tienen informantes civiles en todos lados. Si saben que uno se está moviendo para denunciarlos, uno se tira la soga al cuello”.
De acuerdo con Pérez, la situación se hace más crítica cuando los ganaderos tratan de organizarse con sus colegas.
“Uno no puede hacer nada, porque si tratas de organizarte con otros ganaderos, ellos se enteran”, reveló. (Lea en CONtexto ganadero: La inseguridad rural crece y no distingue regiones: Jaime Camacho, Asogauca)
La desconfianza reina en las veredas. Intentar formar un comité o acudir a la fuerza pública es, según los productores, firmar la propia sentencia. La sensación de impotencia es generalizada.
El panorama es desolador. Sin protector estatal, sin una estrategia efectiva por parte de los gremios y con el enemigo acechando desde dentro, los ganaderos viven atrapados. La violencia no es un titular lejano para ellos, es el pan de cada día.
“Estamos maniatados, muertos en vida. Y si uno se pone a pelear, siempre vamos a perder”, concluyó Pérez.
*Nombre cambiado a petición de la fuente.