¿Qué ha hecho que Petro y Claudia hayan pasado de insultarse a “darse besitos en las mejillas”? Esta nueva luna de miel tendrá que producir una mínima reflexión
Esta semana ha retumbado por todas partes la noticia de que Petro y Claudia López se reunieron y terminaron “pactando” su nuevo idilio electoral. Palabras más, palabras menos, acaban de volver a dejar de odiarse para volver a juntarse. Una vez más, pasaron de ser los nuevos mejores enemigos a ser los nuevos mejores amigos.
—¿Por qué se volvieron a juntar?
—Muy simple, porque son igualiticos.
—¿Y por qué se habían peleado?
—Por lo mismo, porque son igualiticos.
La verdad, no ha habido un solo cambio ni una sola rectificación por parte de la alcaldesa en los temas que Petro le ha criticado con tanta insistencia, y tampoco Petro ha cambiado ni rectificado una sola coma respecto de los temas que, a su vez, Claudia López le ha enrostrado con tanta vehemencia.
Luego si nada ha cambiado en Claudia ni en Petro…
—¿Qué ha hecho que hayan pasado de insultarse a “darse besitos en las mejillas”?
—Lo de siempre.
Que el verdadero proyecto de Claudia nunca ha sido Bogotá y el de Petro nunca ha sido Colombia. Por el contrario, el verdadero proyecto de Claudia siempre ha sido Claudia y, cómo no, el verdadero proyecto de Petro siempre ha sido Petro.
—Por eso es que son igualiticos.
Abundan los textos de psiquiatras y hasta politólogos que abordan estudios muy serios sobre desequilibrios mentales de alto impacto en personas que se han dedicado a la política con esa obsesión tan desbordada por el poder.
Abundan las historias de emperadores y dictadores y reyes y presidentes y reyezuelos que han terminado cometiendo los peores exabruptos, a propósito de dichas conductas que tienden a desquiciarse aún más en la medida en que más se acercan al poder y la fama.
Los estudiosos han trabajado con especial cuidado el “Síndrome de Hybris”. Lo llaman así a lo que usualmente nombramos como la megalomanía. Esa enfermedad que los hace sentir el centro del universo, que todo cobra sentido siempre y cuando se disponga a girar entorno a ellos, a servirles a ellos, a serles funcionales a lo que se les ocurre a ellos, a sus obsesiones, a sus enemistades, a sus complejos, a sus inconfesables.
—Eso en lo que Claudia y Petro son igualiticos.
Pero, como no hay mal que por bien no venga, esta nueva luna de miel tendrá que producir una mínima reflexión.
Está clarísimo que hoy son muchos más los que se arrepienten de haber votado por Claudia que los que siguen con la venda puesta. Gente que ya entendió que su gobierno es un desastre y que ella, como gobernante, es desastrosa.
La pregunta pertinente no es, entonces, si Claudia es buena o mala gobernante. Dicha respuesta ya no admite discusión. La pregunta clave es por qué se equivocaron eligiéndola los que la eligieron, por qué se equivocaron los que se equivocaron.
—Porque están votando con los hígados y no con la razón. Porque están dejando que los estrategas, los periodistas, las bodegas fletadas y los candidatos jueguen con sus emociones como jugando con un ratoncito de laboratorio.
A estas alturas, pasadas las pasiones de lo que fue la campaña a la alcaldía de Bogotá y pasados dos años del deterioro imparable de la ciudad, nadie con dos dedos de frente puede salir a decir que existía un solo argumento válido para creer que Claudia López estuviera preparada para hacer una buena alcaldía.
Quienes votaron por ella pueden decir que Claudia gritaba e insultaba a los políticos que ellos odiaban; pueden decir que les gustaba lo que decía en las entrevistas que les hacían todos los días todos los medios de comunicación; pueden decir que le creyeron el cuento de que sería una alcaldesa contra la corrupción; pueden decir que su verbo encendido despertaba en ellos emociones y esperanzas.
Pueden decir todo eso y más.
Pero nadie puede decir que había un solo argumento racional, juicioso o responsable para considerar que Claudia López pudiera llegar a ser una buena gobernante. Por el contrario, todos los rasgos megalómanos de su personalidad daban para pensar exactamente lo contrario.
A estas alturas uno podría decir que Claudia nunca engañó a nadie, sino que la gente quiso engañarse con ella.
Y el costo que estamos pagando es descomunal.
—Después no vengan con el cuento de que volvieron a equivocarse.
Porque ahí sí quedamos todos igualiticos.