Por allá en la página 191, de las 297 del documento que hoy alboroza a los colombianos, se lee que “para generar confianza y credibilidad” se crea un “Sistema Conjunto de Comunicaciones y Pedagogía del Acuerdo Final”, que incluye una “campaña pedagógica” con una etapa inicial de ¡seis (6) meses!, solo para “comunicar los contenidos del Acuerdo Final”. Esta estimación, curiosamente, coincide con una que hice en anterior columna sobre el mínimo requerido para medio comunicar al país tan farragoso documento, antes de que el pueblo pueda pronunciarse con algo de entendimiento, máxime teniendo en cuenta las exigencias de la Corte sobre personas en zonas alejadas, en condición de discapacidad y comunidades que no se comunican en castellano. De hecho, la Corte consideró que la divulgación “apenas con un mínimo de treinta (30) días anteriores a la votación del plebiscito no garantiza el acceso real, efectivo y oportuno de la ciudadanía al objeto que será sometido a la votación popular”. Pero no importa lo que diga la Corte o lo que estima el Acuerdo mismo para una divulgación adecuada de sus contenidos; el presidente ya nos citó a las urnas el próximo 2 de octubre, es decir, un poco más de un mes, 36 días para ser exactos, para decir SÍ o NO a las 297 páginas empaquetadas. Liviandad y ligereza culpable del Gobierno en sus afanes políticos, a sabiendas de que el pueblo no alcanzará a masticar siquiera semejante orangután, comparable en extensión a la Constitución misma, a la cual, como si fuera poco, le será adicionado integralmente. Liviandad y ligereza interesada de la clase política. Daba grima ver al presidente del Senado afirmar exultante que en dos o tres días sacaban esa aprobación, cuando la Ley misma les dio hasta treinta. Pero al final, qué más da, si el Congreso se dejó limitar también a la ausencia de debate que se desprende de la disyuntiva sumaria entre el SÍ o el No. Liviandad y ligereza de los colombianos, esta culposa o inocente, sometidos como están por la propaganda oficial, agobiante y hasta ilegal, a un chantaje emocional y determinista: el SÍ o el NO; la Paz o la guerra urbana; la última oportunidad; el mejor acuerdo posible; lo negociado es innegociable; la votación más importante de nuestras vidas; la llave del futuro. Liviandad y ligereza de quienes impidieron la participación y el debate en lo que se estaba negociando. Nunca lo hubo más allá de La Habana. El Acuerdo Final, bueno o malo, se cocinó a espaldas del país y hoy se le sirve obligado: se come todo o no se come nada. Fue ligereza la última claudicación: Permitir la incorporación integral del Acuerdo a la Constitución, con todos sus sistemas, planes, comisiones, funciones, protocolos; entre los cuales se enredan, por supuesto, fundamentales modificaciones a nuestro ordenamiento institucional, pretendiendo con ello amarrar en el tiempo las exigencias y aspiraciones que las Farc alcanzaron en el proceso. Un réquiem por la Carta del 91. Pero es ligereza pensar que la democracia es irreversible, y lo sabe bien el presidente Santos, que se ha visto obligado a borrar más de una promesa grabada en piedra. Todavía hay quienes piensan que se entregó mucho y que un acuerdo mejor es posible. Todavía hay quienes creen que el Acuerdo no puede ser última palabra. La democracia, que aún vive, lo dirá con el tiempo. Nota bene. La campaña pedagógica tendrá ¡31 emisoras en FM! financiadas por el Gobierno, que luego serán administradas por ECOMÚN, una cooperativa de las Farc. ¡Lo que se nos viene! @jflafaurie