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Mensaje del Coronel Hernán Mejía Gutiérrez

Por Coronel Hernán Mejía Gutiérrez - 07 de Enero 2015

Como es costumbre al iniciar el año, debo realizar un balance de mi existencia buscando las cifras y los conceptos que me permitan seguir caminando así, o acelerar el paso, o tal vez detenerme a esperar que me alcance el destino.

Como es costumbre al iniciar el año, debo realizar un balance de mi existencia buscando las cifras y los conceptos que me permitan seguir caminando así, o acelerar el paso, o tal vez detenerme a esperar que me alcance el destino.

De acuerdo con la justicia de mi patria con los días de trabajo ya completo diez años privado de la libertad, con excelente conducta pero sin una condena en firme y cada día más restringido por mi propia institución porque no he fallado, pero siempre insisto en la verdad y eso me hace ser una amenaza.

Una década en la vida de una persona sometida a prisión injusta, es la vida entera. El otro resto de la vida que recuerdo, es que fui un soldado de Colombia que acudió sin rehusar jamás a las citas con los más criminales terroristas para enfrentarlos en valles, selvas y montañas, solo para salvar  la sociedad de mi patria de las garras violentas de los ilegales.

Los saldos en el libro de mi salud son desalentadores porque siento ya sobre mi cuerpo y así lo muestran los diagnósticos, el peso de tantas heridas recibidas de los criminales en combate y tantas enfermedades tropicales propias de las selvas como el paludismo en 8 ocasiones:

Hipertensión arterial severa no controlada, Meningioma en lóbulo izquierdo del cerebro, cefalea crónica, quiste renal complejo y algunos cálculos grandes y muy dolorosos, 6 lesiones en columna cervical y lumbar que me impiden con dolor ser el atleta de antes, estrés pos traumático y ansiedad, esquirlas y proyectiles dentro de las carnes de mis extremidades y mi torso;  en junio de 2014, sufrí infarto al miocardio y parálisis del cuerpo por pérdida del potasio, una prueba muy difícil que me mantuvo casi un mes en cuidados intensivos del hospital.

Para completar los dolores y que las penas corporales se reúnan con las del alma, hace pocos días fui trasladado sin motivación pero con esposas y un espectacular esquema de seguridad a otra prisión, donde se aseguren mis flamantes enemigos, que difícilmente recibiré la atención medica que requiero para sobrevivir.

Le pregunté al señor General Jefe de Desarrollo “Humano” de Ejército, el motivo de la atroz persecución, a pesar de mediar la decisión desacatada de un Juez de la república que amparó mi derecho a la salud en fallo de tutela, y la respuesta no me sorprendió: “Lanza, fue una decisión unilateral del Inpec que nos sorprendió a todos”.

En cuanto a las realizaciones puedo contar a favor que logré graduarme abogado, especializarme en Derechos Humanos y DIH, en contratación estatal y cursaba un posgrado en Gerencia Integral de Obras cuando el Jefe de Desarrollo Humano del Ejército resolvió que no podría estudiar más a pesar de la conducta impecable y de las normas penitenciarias que lo permiten. Perdí las materias, la inversión y parte de las esperanzas esa vez.

Haber insistido siempre en mi inocencia y estar convencido que lo haré hasta el último instante de mi vida, ha ocasionado golpes contra la dignidad y humillaciones contra mi honor, además de atropellos contra la vida de mi familia como parte del menú diario en esta década de infamia.

Los medios de comunicación Semana, El Tiempo, Cambio, Caracol y la Honorable magistrada de RCN, se ocuparon a fondo en destruir la vida de este soldado que fue seleccionado para el sacrificio porque era un buen oficial pero nadie lo defendería y menos su propia institución. Como daño colateral arrasaron también con mi hogar.

En diciembre de 2012, el día de navidad antes del mediodía, me comunicaron la agonía de mi madre sumida en la angustia de su hijo encadenado injustamente.

A pesar de las solicitudes, el clamor de este Soldado no sirvió ante los jueces y los mandos del Ejército. Mi vieja se marchó y no pude despedirme por estar privado de la libertad, como años antes se fue mi viejito y no alcancé a llegar desde las selvas porque estaba en la guerra salvando a mi país.

En medio de tristezas, como haber perdido la oportunidad de ver crecer a mis pequeños hijos, de soportar la infamia y la soledad que duelen más por la ingratitud, he logrado terminar la escritura de mi libro. Seis años contando letra por letra una verdad que saben muchos pero que nadie se atreve a revelar.

Siempre, a pesar que quedan muy pocos amigos en este recorrido amargo, estuve escribiendo y desescribiendo con la envidiable tutoría de Plinio Apuleyo Mendoza, gracias de corazón gran maestro, mi gratitud perenne.

Hoy, es un delito que un buen soldado hable, es un sacrilegio que un oficial diga la verdad y es un atrevimiento imperdonable que no se arrodille ante los corruptos que manejan el poder,  así sea para recibir una sentencia siendo inocente. Ello incluye que no sea fácil visitarme.

La prisión es peor que la muerte y si es injusta son mil muertes más. Las sufriré con la frente alta y jamás me arrodillaré porque la dignidad y la verdad deben ser el patrimonio de mis hijos, no puedo heredarles más.

En mi nueva cárcel estoy asumiendo la estructura de las defensas penales de muchos soldados que ya habían perdido la esperanza además de sus bienes y sus familias, porque fueron condenados a penas brutales solamente por cumplir sus tareas en combate. Sin ninguna prueba los sentenciaron a penas entre 30 y 60 años, pero lo triste también es que nadie los haya defendido.

He detectado la presencia de abogados supuestamente defensores, recomendados por superiores, cuya única intervención es decirles que se vayan a sentencia anticipada, que negocien así sean inocentes porque la fiscalía de derechos humanos es poderosa y no los soltará.

Otros distinguidos togados integrantes de resonados colectivos acuden prestos para ofrecer contundentes servicios jurídicos, a cambio que los soldados reciten una lección que ya les traen escrita y en la cual mencionan e involucran a los superiores y comandantes militares que ni siquiera conocieron.

No aspiro ni quiero inspirar lástima, porque seguiré de pie y luchando; solo quiero preguntar a la sociedad, al Defensor del Pueblo, a los Honorables

Magistrados de Colombia, al Presidente de la república que en una rueda de prensa de su campaña selló mi destino, cual es la función de la pena en mi caso, cual es la resocialización que buscan en mí, si ya soporté diez años sin quejarme, sin condena y sin perder el ejemplo ante mis hombres a pesar de las lesiones y de no haber tenido un solo segundo de conducta criminal en mi vida?  Sé que nadie me contestará pero ya se la respuesta.

Dios Salve a Colombia, Feliz 2015

Coronel Hernán Mejía Gutiérrez

Soldado de Honor de Colombia así esté prisionero