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Dopping cambiario

Por - 21 de Noviembre 2012

Estados Unidos es hoy una preocupación para Latinoamérica. Durante décadas nuestros países fueron un riesgo para los Estados Unidos. Migración, narcotráfico, crisis fiscales, guerrillas y terrorismo convertían al subcontinente en un área que le traía a la diplomacia estadounidense dolores de cabeza.

Hoy la situación es bien diferente.  Los que estamos ansiosos por lo que pasa en Estados Unidos somos nosotros.

La crisis estadounidense es estructural. Más de 35 años de desequilibrios fiscales y comerciales han deteriorado la situación financiera de la primera potencia económica del planeta. La deuda pública supera los 14,6 billones de dólares y existen muchos especialistas que estiman que su ritmo es insostenible. Mientras tanto, el Congreso y la Casa Blanca son incapaces de encontrar un punto de acuerdo que permita, de forma gradual y constante, reducir el déficit fiscal y bajar los niveles de gasto.

Pero lo más grave para las economías emergentes es el enfoque de la política monetaria de la Reserva Federal. Para enfrentar la quiebra de su sistema financiero postrado por actividades especulativas, los Estados Unidos han implementado una estrategia que no tiene paralelo en la historia económica reciente. La inyección, en tres tramos conocidos como “quantitative easening”, de colosales recursos de liquidez ha traído sus naturales consecuencias sobre las paridades cambiarias. Más de 2,4 billones de dólares de emisión primaria puesta a disposición por el banco central estadounidense conllevan una fuerte devaluación de su divisa. Los productores de los países en vías de desarrollo cada vez tienen mayores dificultades para competir en los mercados internacionales con los Estados Unidos. No es de extrañar que el inicio del Tratado de Libre Comercio coincida con un aumento importante de las importaciones, en especial de productos agropecuarios.

Si a ello le sumamos que el Banco Central Europeo ha decidido copiar el enfoque monetario estadounidense, las economías emergentes terminarán pagando, mediante la pérdida de competitividad de sus exportaciones, una parte del desbalance de las economías prósperas del planeta. Ironía de este período de la historia económica, son los pobres, que tienen sus cuentas en equilibrio y no han cometido los excesos especulativos, quienes están asumiendo una fracción creciente del ajuste.

La devaluación es como un ciclista dopado; rinde a pesar de estar bajo de forma. Esta masiva irrigación de liquidez tienen felices a los bancos que han podido limpiar sus balances con costos de captación iguales a cero. El entorno de liquidez le conviene al gobierno estadounidense que puede seguir financiándose a tasas muy bajas y postergando la reducción de su déficit. Quienes pagan los platos rotos son los mexicanos, brasileños, indios, peruanos, tailandeses o colombianos con sus empleos. La verdad es que ni a Obama ni a Romney les importa mucho lo que nos pase.