Nadie nos va a encontrar por el camino de los agravios. La señora Rueda y el médico Barreras pueden buscar en otros ambientes quién les acepte esa vieja y mala técnica del debate y quién se deje extraviar por aquellos vericuetos donde el discurso se pierde y la razón se ofusca.
Venimos sosteniendo que la impunidad total que reclaman las Farc es una monstruosidad política y un imposible jurídico. La Justicia transicional que el Derecho Internacional tolera, no deja de ser justicia porque sea leve. Los autores de delitos de lesa humanidad tienen que pagar una pena, así les parezca a nuestros contradictores tan exigua la mínima de 5 años y la máxima de 8 que preveía la Ley de Justicia y Paz.
El perdón total está prohibido, porque los que concibieron el Tratado de Roma quisieron construir una barrera contra la comisión de esos delitos atroces. Y porque la pena no tiene solamente el carácter expiatorio y retributivo que con acierto se le atribuye, sino que comprende la función reparadora y ejemplarizante que la creación de la Corte Penal Internacional implica. Delinca como quiera que luego se le perdona como quiera, es una claudicación y una incitación a la crueldad y al delito, que hoy el mundo no tolera.
Nos afrenta también el regalo de millones de hectáreas de soberanía nacional, encubierto en el pobre celofán de unas zonas campesinas cuyo sentido y alcance a nadie se le escapa. (Encuesta: ¿Está usted de acuerdo con las Zonas de Reserva Campesina?)
No piden poco las Farc. Más de 50 enclaves independientes, de 200 mil hectáreas cada una, 'republiquetas' las llamó un ministro, es una desmembración del país que nuestro Derecho Constitucional no contempla ni autoriza. Ya nos quitaron suficiente mar, para que ahora nos mutilen el territorio. Aquello fue con togas de por medio, esto sería con fusiles y chantajes. Aquello nos cayó de sorpresa, lo de ahora viene con aviso. Y no lo vamos a aceptar por riesgos que corramos y por mermelada que se reparta para vencernos.
Tampoco nos engañan con la mala historieta de la participación en política. Lo primero, porque supone un premio inconcebible para quienes siguen maltratando la nación con sus crueles acciones. Hablar de semejante tema con quienes tienen secuestrados miles de niños para convertirlos en monstruos criminales y en esclavos de los peores amos, es una ligereza verbal y una perversión axiológica.
Y si son los mismos que destrozan dos personas por día con sus minas cobardes, y los que despedazan selvas y ríos para enriquecerse fabulosamente, y han destruido centenares de aldeas con sus bombas prohibidas, y mantienen en extorsión permanente al empresario y al campesino, muy mal podrían recibir el encargo de manejar los asuntos públicos, sagrados en cualquiera democracia. (Lea: Las Farc esperan multiplicar zonas de reserva campesina)
Pero digamos la verdad, porque para mentiras no estamos. Las Farc no buscan hacer política mediante la demanda del voto ciudadano. Lo que piden son curules regaladas, para sumarlas a las que ganen con la intimidación de sus armas abandonadas en "dejación" y con las que vengan del vecindario moralmente afín. En pocas palabras, quieren el poder. Que es lo que no estamos dispuestos a entregarles. La Historia, madre y maestra, nos recuerda lo que pasa cuando unos aventureros doblegan a los pueblos.
Bajo las órdenes del presidente Uribe Vélez contribuimos a reconstruir el Ejército que había desmantelado cierto ministro de Hacienda. Fue menester una Conmoción Interior y un impuesto al patrimonio que los colombianos pagaron, más que con dinero, con una nueva fe. Así le arrebatamos a las Farc medio país que tenían en sus garras. Y las condenamos a vivir como alimañas en las selvas más oscuras. De esas guaridas quieren saltar al poder sobre los hombros de ciertos vanidosos. Narciso se sigue mirando en las aguas del estanque.