Debido a su baja adaptación y al manejo inapropiado, tanto de las pasturas nativas como de especies forrajeras introducidas, se estima que el 60% del área en pasturas existente en América Tropical se encuentra actualmente degradada (CIAT, 1999 – 2005).
Su degradación se manifiesta por la reducción severa en la capacidad de infiltración del agua, debida a la compactación excesiva de la superficie del suelo. Esta situación favorece la erosión hídrica laminar y motiva una alta invasión de malezas, debido al bajo vigor y cobertura de las especies forrajeras. Esto reduce la capacidad de carga y la persistencia productiva estable de dichas pasturas (Botero, 2012 a).
Señales de degradación en las pasturas tropicales
Cuando en una pradera tropical se encuentra suelo descubierto por encima del 20% del área; invasión de malezas, sean estas leñosas o cyperaceas (plantas indicadoras de mal drenaje); se visualiza arrastre de suelo, por efecto de la erosión laminar y de salpique del agua lluvia; compactación del suelo, que hace que durante una lluvia fuerte no haya infiltración del agua y se forme escorrentía; pérdida de vigor; lenta recuperación de la pastura, con demanda de mayor número de días de descanso; reducción en la capacidad de carga animal; reducción de los días de duración del pastoreo de la pastura, y reducción de la ganancia de peso y/o de la producción de leche diaria de los animales, se puede estar seguro de la degradación de la pastura.
Suelos ácidos degradados por sobrepastoreo/Foto: Enrique Murgueitio
Prácticas para la renovación de pasturas degradadas
- Época de renovación
La renovación de pasturas degradadas se debe realizar al inicio o durante el período de lluvias anual o bimodal.
- Labranza de descompactación
Para tal fin se pueden utilizar o un Renovador de Pasturas, o bien un arado de cinceles, implementos estos que poseen una barra de herramientas con cinceles parabólicos o curvos, cada uno de los cuales demanda una fuerza de tracción de entre 20 a 30 caballos de fuerza. En el renovador, cada cincel va antecedido de un disco, que traza y abre el surco sobre el suelo para evitar que el cincel voltee terrones de suelo de gran tamaño.
Cada chuzo o cincel parabólico debe ir anclado en firme a una distancia de entre 70 a 100 centímetros sobre la barra de herramientas de 2 metros de longitud, igual al ancho del tractor y de su trocha. Así, un tractor de 90 caballos de fuerza puede operar un Renovador con tres (3) a cuatro (4) cinceles, que se deberán enterrar en el suelo, a una profundidad de entre 50 a 60 centímetros, lo que garantizará una mayor duración del efecto de descompactación.
Se pueden dar dos pases cruzados del renovador de praderas o del arado de cinceles, dando el último pase en dirección a la pendiente o declive del lote, para mejorar el drenaje del suelo.
Dependiendo de la textura del suelo, de la capacidad de carga animal o de la intensidad del corte mecanizado, para cosechar forraje sobre la pastura, es necesario realizar, cada 3 a 6 años, un laboreo con labranza para descompactación del suelo.
- Fertilización y resiembra simultáneas
Sobre la barra de herramientas del arado de cinceles pueden colocarse tolvas para la aplicación simultánea de fertilizantes y de semillas, en caso de utilizar resiembra o introducción de otras gramíneas, de leguminosas u otras plantas forrajeras, o de un cultivo financiador de esta práctica. El éxito de la renovación dependerá de la disponibilidad en el suelo de los minerales requeridos por las plantas forrajeras.
De allí, que la labranza de descompactación se deba aprovechar para aplicar, simultánea o posteriormente, los fertilizantes que suplan los nutrimentos minerales detectados como deficientes, al comparar los análisis de suelo y foliares (Botero, 2012 a).
Una vez renovada la pastura, se debe dejar en descanso, sin pastoreo, ni corte, entre 90 a 100 días durante el período lluvioso. Se debe esperar a que la o las gramíneas dominantes en la pradera florezcan, semillen y se coseche parcialmente o se deje caer al suelo su semilla madura, para crear un banco de semillas que repoblé posteriormente la pastura. En caso de la aparición masiva de malezas, estas se deberán controlar en forma manual o química localizada, antes de que logren su producción de semilla. El semillamiento de las malezas les permite persistir durante los próximos siete años en el sitio.
Renovación de pasturas a través de cultivos
Se pueden emplear cultivos trimestrales de cereales como maíz, sorgo, arroz de secano; oleaginosas como soya, maní, ajonjolí, legumbres como caupí, canavalia, frijol de abono; o frutos como sandía, zapallo y melón, adaptados a las condiciones edafoclimaticas.
Estos u otros cultivos pueden ser sembrados simultáneamente durante la renovación de pasturas, para desarrollar sistemas agropastoriles (Vera, et al., 1993). La siembra simultánea de cultivos trimestrales permite aprovechar la labranza realizada, la mano de obra empleada, el fertilizante residual y el valor de venta del producto, para financiar los costos de renovación de pasturas, permitiendo además la cosecha de semilla de las especies forrajeras que conforman la pastura (Botero, 1996).
Equipo brasilero para descompactar, encalar, abonar y sembrar pastos/Foto: Enrique Murgueitio
La siembra de cultivos anuales como yuca, ñame, tiquizque, camote, jengibre, piña, guandúl, papaya, plátano, banano, etc., permiten la siembra simultánea de arbustos o de árboles de múltiple propósito, plantados en surcos, en dirección al recorrido del sol, para evitar su sombra refleja sobre la cobertura inferior de la silvopastura y, un poco antes o después de la cosecha del cultivo, se establecen los pastos de cobertura, para implementar sistemas agrosilvopastoriles (Russo y Botero, 1996).
Este tipo de asociación con cultivos se justifica siempre que se tengan la maquinaria y la mano de obra disponibles para realizar las labores del cultivo, y de que la distancia, estado de vías hasta el mercado, demanda y precio obtenido por los productos, permitan cubrir los costos adicionales de su fertilización, manejo, cosecha y transporte, y obtener una rentabilidad que compense la inversión en dinero, el riesgo y el esfuerzo realizados por el productor (Botero, 1996).