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Soy capaz

Por Fernando Londoño - 22 de Septiembre 2014

Es mucho más que un “slogan” e infinitamente más peligroso que una propaganda cualquiera. Con el tiempo hemos venido a descubrir lo que significa el famoso Soy Capaz como instrumento político, como condicionamiento de las voluntades, como auxiliar del poder.

Es mucho más que un “slogan” e infinitamente más peligroso que una propaganda cualquiera. Con el tiempo hemos venido a descubrir lo que significa el famoso Soy Capaz como instrumento político, como condicionamiento de las voluntades, como auxiliar del poder.

El Soy Capaz equivale, por si no lo había advertido, querido lector, al saludo hitleriano, a las camisas pardas, al himno de la Internacional. Con el Soy Capaz se pretende la aniquilación de la decisión individual, la desaparición de todo sentido crítico, la sustitución del pensamiento individual por una fórmula, por un gesto, por una tontería absorbente, depredadora del yo individual para sustituirlo por ese monstruo de la pre modernidad que es la masa.

Reflexione un minuto con calma y confiese si sabe qué diablos significa como mensaje, como idea, como posición ante la vida el Soy Capaz. Para su asombro descubrirá que no hay nada de eso en esta feroz campaña publicitaria, la más grande que se haya utilizado en nuestro tiempo. Porque el gesto, ese poderoso destructor de la conciencia liberal, no significa nada, pero lo cubre todo. Cuando menos lo piense, estará repitiendo Soy Capaz, como un pobre loro en lo alto de su estaca. Y algún día, sin saber cómo, habrá obrado como nunca lo haría por su propia cuenta.

Cuántas veces se ha preguntado el mundo cómo pudo el pueblo alemán aceptar a Hitler y lo que ese loco representaba, y cómo pudo verse arrastrado a

los abismos del nazismo. Porque ese gran pueblo fue destituido como suma de individualidades, desquiciado de su condición de sociedad pensante, para ser conducido a la caverna, para ser convertido en una colmena, en una suma de sujetos indiferenciados que fueron empujados por los discursos histéricos de Hitler a esa gran catástrofe. Goebbels fue el gran inventor del gesto como instrumento de dominio. Y desde entonces, cuántas veces se lo ha manejado como fórmula de poder.

Cuando usted descubra de qué “Soy Capaz”, es seguro que habrá aceptado las peores abominaciones sin darse cuenta. Y ya estarán cerrados los caminos del regreso. Porque lo habrán convencido de que no es digno ser humano sino en la medida en que repita esa idiotez ante cualquier pregunta que se le haga, cualquier problema que se le proponga, cualquier cuestión que demande su examen como ser racional. En la masa no hay cabida para el pensamiento, no hay campo para el individuo, no hay espacio para la libertad. Y algún día verá, demasiado tarde, que tiene honda pena, que siente vergüenza de usted mismo y se preguntará como pudo ser tan estúpido y como lo llevaron al matadero de su conciencia personal sin que se diera cuenta.

Soy Capaz, dice el periodista y lo repiten todos los demás. Lo dicen los empresarios y todos pagan por conseguir que ese bufido del rebaño sea unánime o cuando menos dominante. Lo pregona el cardenal y lo rezan el sacerdote y el monaguillo. Y nadie ha podido saber qué demonios quieren decir esas dos palabras, que sin embargo nos resuelven la vida a todos. Pero tranquilos. Nadie sabía por qué debía ser negra la camisa, antes de que se hubiera dispuesto de la vida de millones a nombre de una camisa negra. Ahora no hay de qué preocuparse. Como todos lo dicen, repítalo también usted. Así como otros levantaban el puño o saludaban al Führer con pasión frenética. Es lo mismo. No hay nada nuevo bajo el sol.